martes, 25 de septiembre de 2012

La conocí un verano en uno de esos lugares donde se fuma y se toma en exceso

La conocí un verano en uno de esos lugares donde se fuma y se toma en exceso… y que en ocasiones también sirven para bailar y conseguir sexo. Esa noche yo vestía unos jeans azules y una camisa negra ligeramente abierta del pecho, y estaba listo para matar… para matar el alcohol, que estaba acabando con todos mis amigos. Su rostro era vivaz, con unas pecas exquisitas en el puente de la nariz. Me di cuenta que poseía una bellísima sonrisa, tan grande que apenas le cabía en el pecho, así que cuando me acerqué a ella, evité mirarle la enorme sonrisa, que sin duda, sería su karma andar con montones de hombres babeando por sus pechos. Me concentré en sus ojos, alegres y coquetos, y puse pica-dientes invisibles en mis ojos para no bajar la mirada. Nos caímos bien desde el principio, ella risueña y yo tan coqueto, jugando el viejo e inofensivo juego del flirteo sin muertos. Llevar las cosas más lejos habría sido mucha suerte, yo no estaba en condiciones ni de sacar una recta a primera, mucho menos de batear todo el juego.

La siguiente vez que nos vimos, como todo caballero me disculpé por las idioteces que había dicho escudado en el vodka, y seguí con el juego, ella a reír de mis insinuaciones y yo a que no me la tomaba en serio. Bailamos algunas piezas, nos reímos juntos y me llevé de trofeo su número de celular y la posibilidad de una cita. Nos vimos en otra ocasión más, ésta vez fue en un restaurant de Sushi, lejos del humo, las penumbras y el ruido, siendo más ella y siendo más yo. Me caía bien y que me cayera encima estaría aun más que perfecto; sin embargo, la fruta aun no se hallaba en su punto. Se requirió una salida más, esta vez al cine, una película cuidadosamente seleccionada, un buen horario y disfrutar del momento. A esas alturas, ya había habido varios avances, había tomado su mano, la había besado y realizado el recorrido a besos hasta su cuello. Hoy planeaba probar sus labios gruesos.

Durante la película le besé en varias ocasiones la mano y su blusa sin mangas, facilitaba el resto, besé sus brazos y su cuello seductoramente, hasta que sus labios se voltearon y se prendieron desesperados a los míos, fue un beso intenso, caliente, de esos que contienen el aliento y son el principio del fin. Terminamos la película, con los labios hinchados y las ansias enfebrecidas. Nos dirigimos a mi departamento, en ese silencio que lo dice todo. Al trasponer la puerta, la tomé por la cintura y la besé, largo e intenso, disfrutando sus labios, bebiéndome su aliento y pegándomela al pecho. Acaricié su nuca, su espalda y su talle, sin dejar de besarla, sin dejar de explorarla. Ella como gatita en su primer caza, temblaba y correspondía con chupadas en mi cuello, con besos en las orejas y pegándose contra mi centro. Mi mano removió el broche doble de su sacrificado Bra y por fin, mi otra mano se lanzó a descubierto, acaricié sus divinos y secretamente deseados atributos, palpándolos suavemente, reconociéndolos y presentándoles las puntas de mis dedos, rindiéndoles tributo con mis labios húmedos y ardientes. Besarla sin dejar de acariciarla. Acariciarla sin dejar de explorarla. Explorarla sin dejar de quitarle la ropa. Mis manos la tomaron de la cadera, como tenazas de hierro al rojo vivo, la jalé hacia mí para besarle el vientre, besarla más y más abajo, conforme bajaban mis manos, acariciando sus montes, recorriendo sus piernas, mientras mi boca se aventuraba inquieta, perturbándola toda. La besé íntimamente a través de la panty, mojándole la tela, mezclando mi aliento con el vapor de su sexo, juntando mi saliva con el agua de su cueva.

Poco a poco, fui subiendo de regreso, hasta llegar a su boca, para tomarla de nuevo, besando sus mejillas, sus ojos, mordiendo y chupando sus labios e introduciendo mi lengua en su boca, mientras mis dedos reproducían, más abajo, el mismo movimiento Un gemido quedo recompensó mis esfuerzos, un mar de Amor se soltó entre mis dedos. La acaricié lentamente, entrando y saliendo, acostumbrando su interior a la ternura invasora de mis dedos, mi mano masajeaba su monte, a la vez que mis dedos la jalaban por dentro, acariciando paulatinamente más intenso, más rápido, más ardiente… un grito y una mordida en mi cuello, sus piernas tiesas, encerrando mis dedos, ahorcándolos en su agonía y endureciendo a más no poder mi deseo.

La seguí besando, otra vez dulce, otra vez lento, su rostro tenía ese hermoso color carmesí del orgasmo robado. Sus manos empezaron a corresponder mis besos, acariciando mi pecho, jugando con sus vellos, zambullendo sus puntas entre ellos, nadando por debajo para salir más delante inquietos. Besó mi cuello, chupó mi piel, rozó su nariz en mi ombligo y me brindó la feliz certeza que chuparía mis anhelos. Sus labios se cerraron con delicadeza en la punta, apretando solo lo suficiente para retenerla, mientras su lengua acariciaba su barbilla, humedeciendo todo su largo conforme mi carne se perdía, atravesando el puente al infinito de su boca. Me tomó, como solo una mujer agradecida sabe hacerlo, prodigándome ternura, intensidad y cero cordura. Con gusto la habría dejado coronar su tesitura, pero eso no estaba en mis planes para ese momento. Con suavidad la retiré de mi adorado tormento, y la fui moviendo a besos a la recámara, en el camino retiré las poca prendas que le quedaban puestas, y la deposité en el borde de la cama.

Separé las puertas del paraíso y la bebí, con toda la intensidad de la primera vez largamente esperada, bebiéndome sus jugos, explorando su interior con mi lengua, aprendiendo sus sonidos, separando aquí, chupando allá, lamiendo mucho aquí y haciéndola gemir mucho más allá. Una nueva oleada llegó, una marea alta que mantuve por varios instantes, haciéndola subir, bajar y volver a caer, hasta que entre jadeos me pidió la tomara. La tomé de las manos y la puse en pie, a la vez que me sentaba en la orilla de la cama. La jalé con ternura, con el pretexto de besar su vientre, de lamer sus pechos, mientras mis piernas emboscaban las suyas, separándolas e introduciéndose entre ellas. Me levanté un poco para abrazarla y la levanté en vilo, para terminar sentado yo en la cama, sentada ella en  mis piernas, entregándose a mi sitio, permitiendo la invasión de mi caballería. Me introduje lentamente, saboreando ese primer instante dentro de una piel ajena, resbalando hacia el fondo, abriendo camino. Sus brazos se cerraron en mi nuca, preparándose para la danza eterna, mis manos la tomaron de la cadera y la jalaron para la embestida final, hasta chocar con pared, y luego iniciar un vaivén corto, mojándome la hombría, disfrutando mi carne dentro. La hice girar en el sentido de las manecillas del reloj, sintiendo su monte tallándose en mi monte, profundamente unidos, pecho con pecho, vientre con vientre, sexo, con sexo. Su interior era 3 veces más hirviente que su boca, más húmedo y acogedor, por lo que salir para volver a entrar, era un suplicio y un goce alternos. El vaivén fue subiendo de ritmo, a la velocidad del subir y bajar de sus pechos, le susurré al oído, cuanto había esperado ese momento, le besé las orejas y seguí declarándole esas palabras que solo en esos momento hayan salida. Mis embates eran cada vez más fuertes, ella correspondía, impulsándose a ratos pisando el borde de la cama, tallándose, apretándome, clavando sus uñas en mi espalda, como yo clavaba mis ansias en su cuerpo. La sentí estremecerse, trabajar en la cresta, y me mantuve firme, duro para su placer y sorpresa, una, dos, tres veces, nuestros cuerpos ya mojados, mi carne más que dispuesta, la abracé fuertemente y me puse en pie, cargándola de las piernas que se aferraban a mis brazos, y tracé círculos con su sexo sobre mi sexo, la penetré duro y sin descanso, hasta alcanzar el cenit de mi placer y derramar mis deseos en mi amigo de látex, la oí balbucear que no se lo imaginaba tan intenso, sin soltarla nos dejamos caer en la cama abandonándonos poco a poco al descenso.  La besé dulcemente, y nos quedamos abrazados, dejando que la respiración se normalizara, que las aguas volvieran a su cauce y los pudores hicieran su entrada. Nos vestimos al poco rato y cenamos tinto, jamón, queso y otra vez sexo.

Renko
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