martes, 30 de octubre de 2012

Encierro

Encierro…
Cerramos la ventana y salimos de la casa. Pasamos llave a las dos cerraduras de la puerta y luego cerramos la reja. Pasamos llave a las dos cerraduras que ésta última también posee.
Subimos al auto cuyos vidrios están polarizados.  Accionamos el seguro central de puertas y mantenemos las ventanas cerradas. Encendemos el aire acondicionado.
Llegamos al shopping center donde un guardia nos da un ticket con nuestro horario de entrada al estacionamiento techado. Buscamos un lugar cerca de la puerta de acceso y entramos.
Caminamos bajo un techo de luces artificiales pisando un suelo que brilla cual si también estuviera encendido. Deseamos objetos e ideas que se nos ofrecen a través de relucientes cristales, intocables, inmaculados. Entramos en un cubículo de vidrio y madera compensada donde el aire es apenas más fresco que en el pasillo. Todo resplandece, todo está en orden, todo parece nuevo.
Consumamos alguno de nuestros deseos. Señalamos el objeto añorado y un ser anónimo desaparece tras una puerta para volver con una bolsa que a través de su transparencia deja ver otro objeto idéntico al señalado. Pagamos sin dinero para obtener lo que queremos. Adquirimos el compromiso de pagar en el futuro lo prometido en dicho presente. No firmamos, digitamos números.
Recibimos una bolsa de cartón perfumado, la cual es entregada por otro ser anónimo que sonríe deseándonos un buen día con voz de contestador automático. Confiamos en el extraño y salimos de ese ambiente climatizado hacia aquel desde el que vinimos.
Sentimos el cambio de temperatura, una leve brisa más caliente nos recuerda que para estar en ese pasillo no hay por qué tener dinero para gastar. Nuestra bolsa de cartón nos diferencia, le muestra a la masa que camina sin rumbo fijo que nosotros sí podemos, que sí tenemos.
Volvemos al estacionamiento. ¿Cuándo pondrán aire acondicionado también allí? El cambio de temperatura es casi insoportable, nos abruma. El exterior incontrolable, incontrolado.
Oprimimos un botón y la salvación se anuncia, la alarma antirrobos se desactiva, los seguros se levantan, las luces parpadean para avisarnos que estamos autorizados a entrar. Colocamos la llave en su lugar y la giramos. Junto con el leve zumbido del motor, una también leve brisa fresca nos abraza. El caos ha sido dominado, el aire es limpio y fresco, huele a lavanda, los seguros de las puertas se traban automáticamente.

Iván
@siendohumano

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