martes, 21 de febrero de 2012

Cerca del cielo...



¿Te acordás de ese día? Llevábamos poco tiempo juntos. Eran los primeros días del resto de nuestra vida. Decidimos hacer el recorrido arrastrados por un guía. Seguimos el camino, buscábamos la cima. Estábamos ahí, cerquita del cielo, dándole la espalda, mientras le decíamos adiós al pasado separados y hola al destino que nos unía.

Rubén Ochoa

Aroma azul



Unos ojos que se abren infinitos
en ellos habitan mil demonios, 
carcomen, muerden, corroen.


Aún así me invento
al desbordarme en esos ojos
y mirarte con la sonrisa cambiante,
palideciendo de a poco.


Sabiéndose necesidad y agonía.


Con la boca mustia murmurando deseos gastados
y la lengua siseando, probando el aroma.


Aroma azul, muy tuyo.


Eres la ciudad de calles abiertas, 
un espejo de miradas ausentes
una caricia dormida,
un bolsillo lleno de ansias. 


Un temblor que me conoce.


Y es que habría de ser la noche
que se cierne sobre ti,
y es que ella te abraza sin que puedas evitarlo,
te llena de oscuridad.


Es tenerte.

Alma E. Palma 


Sin culpa

Leonor se miró en el reflejo que la puerta de cristal de aquel motel. Se arregló un poco el cabello, se abotonó el saco y, contra todas sus fuerzas, se sonrió a sí misma. Nunca se hubiera creído capaz de aquello. El adulterio era una cosa que hasta entonces no le había despertado muchos cuestionamientos y jamás imaginó que se vería metida en él. Y pese a todo, la culpa, después de un año de andar jugando a las escondidas con aquél muchacho, todavía era manejable.

Caminó con lentitud hasta su auto. Mientras se acomodaba en el asiento, distinguió la silueta de su joven amante, enfundado en esa eterna chamarra de piel que le parecía más vieja que ella misma. Siguió los pasos del muchacho y pensó en aquél cuerpo que deseaba más que a nada en el mundo. Un cosquilleo le recorrió el cuerpo y la sonrisa volvió a asomarse: ni por un momento la culpa era un lastre.

De camino a casa, el tráfico se sentía ligero, pese a que recorrer un tramo de dos kilómetros le había tomado más de treinta minutos. No tenía ganas de llegar a su casa: le parecía mejor perder el tiempo de esa manera que soportar las dos horas reglamentarias de pleito con su marido. Con un poco de suerte él ya estaría dormido cuando ella llegara. Luego de saborear un poco la idea, decidió que el retraso no era recomendable: después de todo, las sospechas de su marido se verían avivadas por su ausencia en casa justo a mitad de semana. Salió de aquella avenida congestionada y se dispuso a seguir la ruta alterna que su marido le había enseñado para ahorrarse unos muy buenos minutos al volver a casa por las noches.

Aquellas callejuelas le parecían más tétricas que nunca. A pesar de que todavía no daban ni las ocho, la noche ya estaba bien asentada y la luz que el escaso alumbrado público proporcionaba generaba sombras que la hacían sentirse observada. Llegó a uno de los cruceros más solitarios y miró hacia ambos lados para asegurarse de que podía pasar sin peligro. De pronto no escuchó más que su propio suspiro entrecortado. Observó cómo su sangre, aún tibia, le manchaba las manos, todavía sobre el volante del auto. Más que arrepentimiento, el último pensamiento que asaltó a Leonor, mientras se desangraba a través de aquél corte certero a la yugular, en medio de aquella calle oscura, fue la pregunta de quién y cómo se había metido a su auto sin que ella se diera cuenta. El porqué, aun sin culpa, ya lo suponía.

En algún lugar.

En algún lugar me sueñan, me han dibujado los brazos y la boca, me han regalado las ganas de abrazar y besar.

En algún lugar me llaman a gritos y no sé ir, y la existencia no es suficiente.

En algún lugar soy canción inconclusa y no me doy cuenta, sueno sin finales y dejo abiertas las ganas.

En algún lugar soy verdad, aquí no; ésto, es solo una voz dejada, esperando hacerse vieja.

En algún lugar ilumino miradas, me escribo inolvidable en algunos cielos.

En algún lugar, soy todos los lugares; en tu piel mujer, donde pertenezco.

Morirá sólo mi carne, pues seguiré existiendo, en letras y música, en muchos lugares y tiempos.

Y habrán de saber, que los lugares me inventaron, por eso existí.

Poema de Amor

Pudiendo pensar en ti
Más bien escribo para ti
Y aunque tiritan los astros, azules, a lo lejos
Y aunque desde lo lejos me oyes, y mi voz no te toca
Y aunque nunca me gustaste callada… ni ausente
Aún a la distancia me sabe a mí el silencio de tu boca.

Pudiendo pensar en ti
Más bien escribo a tu recuerdo
Y aunque sea verdad la vida, con campanas y palomas
Y aunque se desangre el día por aquella dulce rosa
Y aunque duerma bajo la rosa tu cuerpo de marfil
Aún ya sin verdad y sin palomas oigo en mi alma tu sangrante aroma.

Pudiendo doler de ti
Más bien me duele por ti
Y aunque escalan las madreselvas por las tapias de tu jardín
Y aunque oscuras las golondrinas el vuelo no refrenan
Y ante las lágrimas del día y el altar del desengaño
Aún de rodillas no me perdono… ni me perdonan.

Pudiendo olvidarme de ti
Más bien ya no te recuerdo
Más bien te busco en el vacío
Y entre los astros y los sueños, que son tus sueños y no míos
Y entre los cuentos, los aromas, las campanas y palomas
Y entre los jardines, los cristales, los balcones y las rosas
Y entre lo que me quedo y lo que te guardo
Y bajo el recuerdo y ante el silencio
Te sigo esperando.

Pudiendo soñar contigo
Más bien intento no dormir
Porque entre el obscuro sueño y el tétrico muro
Porque entre las sombras, los espejos y tesoros
Porque no puedo fingir con las lunas, ni los mares, ni los ceros
Porque pura, en desventura, en amargura
Porque ni ésta ni otra noche
Porque aún en la atadura de mis sueños sin reproche
Eres tú… y no quiero que seas otra… aunque seas otra y también tú

Pudiendo escribir de ti
Más bien respiro sin ti
Más bien te guardo para mí
Porque existo para que exista el vacío que dejaste
Y me condena la vida para velarlo
Porque tu recuerdo no se ahogó en mi llanto
Pero se irá apagando con tu dolor
Y los versos serán menos tristes
Y, cual ausente, tu silencio ya no callará
Y las pinturas del marfil se irán perdiendo
Y se fugarán la sangre y las palomas
Y llorarán las campanas, y los días y las rosas
Y emergerán los sueños, los tesoros y las sombras
Y volverán las golondrinas, pero no sabrán tu nombre
Y fingiré, una vez más, con las lunas, con los mares y los ceros,
Los espejos, los altares y los sueños
Fingiré que ya no hay llanto, que ya no hay duelo
Que ya no hay odio… y no hay desvelo…
Y bajo nuestras cenizas
Y entre tu vacío y ante el silencio
Te seguiré llorando.

Amnael Orozco

Columpio

¿Bailamos?

Pavo real en el ITESM Campus Monterrey, 2010. 

Simplemente




En mi alma siento
el latido de mi pecho;
mis manos tiemblan
al oír tu nombre,
mi voz se apaga
al recordar tu historia.

El atardecer,
se vuelve más intenso.
Y la luna brilla, 
como cada noche.

¡Aquí estoy de nuevo!
lamentando tu partida.

Sé que no fui lo que querías,
sé que te falle.
Ahora te imploró,
y te añoro,
 porque eres parte de mi ser.

Tú, corres por mi sangre, 
entre cada vena que me sustenta;
te pido perdón a ti,
a ti, que te debo la vida.

La noche llega,
mis ojos se humedecen;
mi mirada se aparta;
mi sonrisa ya no es la misma.

Sé que es tarde,
pero necesario.
Y sobre tu tumba,
te digo y te recalcó...

Simplemente
Madre, Te amo.

Bian.

Yo, tormenta.




Se deshacen, se ahogan. Se tornan en lluvia; mis manos, mis destinos olvidados. Son charco y agua abandonada. Mis manos, mis pies. Ya no son.

Son delirios insomnes, madrugadas vespertinas. Soy amanecer regado por rocíos, ríos de de nubes que cubren las lunas en Júpiter.

Y mis piernas de agua, de oxígeno e hidrógeno, mis piernas escurridizas, ya no me sostienen ni me aseguran el camino. Mis manos, mis pies no respiran, asfixiados entre mis piernas.

Agua agotada, derrumbada.

En este camino embarrado, ando descalza. Empapada bajo el aguacero de estrellas que Venus mandó desde la Luna. Navego desnuda por estos mares de piernas desmañadas.

Y ser lluvia, mudar la piel y convertirme en tormenta, tempestad. Y ser lluvia otra vez, suave sobre el camino, los ríos y la mar. Dejar de ser tormento y mudar la piel por la calma que se avecina.

Ester Marfer.

La persistencia de la memoria

"La persistencia de la memoria", óleo sobre lienzo, Salvador Dalí, 1931.

No pasa y sí. No se desliza pero es sutil. Sin acabarnos, nos consume. Se escurre entre nosotros y nos arrastra. Se lleva a todo y a todos y en cierto modo los deja. Nos deja. Y nos lleva, sin que lleguemos a algún lado. No es destino, pero tampoco es el viaje. Es el viajero, el camino, y el fin del camino. Sin perdonar, condena; sin recordar, olvida. Nos suelta, pero no caemos. Nos aprieta, pero no asfixia. No se va, no llega, no espera. Ocurre, y no. Se instala en la margen del caudal del querer, del desear y del imaginar. Ahoga, pero no empapa. Se puede volver con él, sobre él, para él, pero nunca vuelve a ser. Es el crimen, el juez, el jurado, la sentencia y el agravio. Es el tiempo que se escurre en la memoria. Que persiste sobre ella, que persiste sobre él.


Ya hace tiempo que no puedo evitar ver todo a través de tus ojos. El mundo se me antoja todo lo que está después de tu mirada. Miro el cuadro por esa ventana. Veo el futuro que, quizás, nos espera una mañana.
Cuando ya dominen las canas. Cuando hayamos escrito tantas memorias como para llenar todas las paredes de fotografías bien enfocadas.
Cuando sean incontables las mañanas juntos despertando abrazados en nuestra cama. Cuando tus arrugas se reflejen sonrientes en mi cara.
Este será el sueño que se teja en mi almohada.
Los relojes y la memoria, imágenes profanas, asediados por el paso del tiempo empiezan a perder la batalla. Pero siempre tendremos ese amanecer en esa bahía lejana, para caminar de la mano sobre la arena blanda.

Pasión frutal


Los sábados por la mañana siempre coincidían en la feria del agricultor. Ella compraba un poco de todo, pero seleccionaba algunos vegetales con especial atención; él compraba menos, pero era obvio que las sandías eran su fruta preferida, llevaba varias a la vez.

Regresaban a las diez a la misma vivienda donde ambos alquilaban. Vivían al fondo de la residencia en dos pequeños apartamentos gemelos que compartían una pared y un cuarto de baño que tenía dos puertas, una para cada apartamento respectivamente. Cuando ella usaba el servicio sanitario o el baño debía poner pasador por dentro de una de las puertas en común, que por ese lado tenía salida (o entrada) a la habitación de él; cuando lo desocupaba, esa puerta debía quedar sin seguro por dentro del baño para la disponibilidad del vecino, en este caso, la puerta que se aseguraba era la que daba a su habitación, desde adentro de la misma. Lo mismo hacía él cada vez que entraba o salía del baño.

Cada uno se preguntaba por la soledad del otro.

Él, profesor de literatura; ella, enfermera en un hospital del estado.
A veces se encontraban en el pasillo de camino a sus apartamentos, apenas se saludaban, la timidez los envolvía. Él, como siempre, con su maletín negro, envejecido y despintado, colgando de la mano; ella, como siempre, con su uniforme blanco, con medias y zapatillas blancas. Todos los días, cada mañana era la misma rutina.

Pero quiso la casualidad que un día ella descubriera un agujero en la pared del baño que compartían, desde ahí se podía mirar hacía la habitación de ella, y desde esta habitación, hacia adentro del baño. Una clásica situación voyeur.

Así se informó de la soledad sideral de ese hombre de letras, que se conformaba con hacerle el sexo a las sandías carnosas y jugosas. Lo había visto colocarse adecuadamente la fruta redonda a la altura de su pene y penetrarla por algún agujero previamente hecho, luego danzar y embestir con un ritmo que pocos hombres tenían, mientras él cerraba los ojos y se sostenía del aro colocado en la pared para sentir como el jugo de la fruta le recorría los muslos bañando antes sus genitales, como si de una vagina fresa y perfectamente humectada se tratara.

Después lo miraba venirse con un rostro transformado, que terminaba en una convulsión en el cuerpo del hombre. La enfermera recordaba, entonces, la epilepsia de algunos de sus pacientes en el hospital mientras colaba tres dedos por debajo de su calzón para sentir como la temperatura de su cuerpo había subido un par de grados a pesar de la humedad en su interior.

Lo que ella no sabía, es que el profesor también había descubierto el mismo canal para espiarla a ella unos cuantos días antes. Para ella todo era más cómodo, le parecía a él, bastaba sacar los vegetales de la refrigeradora (pepinos, zanahorias, bananos, plátanos y demás verduras fálicas) hacerles una buena limpieza e iniciar el recorrido por sus zonas más erógenas, que humedecidas se preparaban para recibir las entradas suaves o fuertes, lentas o rápidas del vegetal escogido. Él añoraba ser vegetal ante el espectáculo.

Ella, mientras tanto, con una de sus manos acariciaba sus pezones completamente tiesos, su clítoris que se asomaba en la cumbre de sus labios vaginales, todo su cuerpo completo que en el momento preciso explotaba sin vacilación.
Luego de mirarla volver a su respiración normal, se marchaba a su habitación llena de imágenes.

Él se propuso, desde entonces, competir con los vegetales y planifico invitarla a pasear, tal vez ir al cine, luego a cenar y, si ella quería, pasar después a conversar y tomarse un café en su habitación.

Ella se propuso desde entonces competir con las frutas de él y planificó visitarlo en su habitación, tal vez con la excusa de solicitarle un poco de azúcar para el café, que olvidó comprar ayer, o dejar la puerta del baño abierta como por casualidad y verle asomarse por ella y decirle “pase adelante, no tenga pena, lo invito a tomar un café”.

Nunca se supo quién tomó la iniciativa, pero ahora comparten la misma cama en una sola habitación. Como cada sábado, parten los dos, juntos, a la feria del agricultor. Cada uno se vuelve un poco celoso al mirar a sus rivales, las frutas o vegetales, pero ninguno revela el secreto arrancado a la pared de la alcoba del otro.


Y si fueras sueño?



Y si fueras sueño?
Y si fueras sueño y todo es mi fantasia..?
Y si estos besos y urgencias,solo existen en mis tardes y noches con ausencias?
Pero yo te tuve entre mis brazos,cruzamos las miradas y nos medimos.
Nos entregamos en medio de la noche y sus tormentas.
Y fuimos huracan,temblores y jadeos.
No fuiste un sueño..
Tengo el aroma entre mis manos y dibujada mi espalda de caricias.


Malala Figueroa
@bastabos
Necesito alcanzarte y saber que no eres sueño.

Sé...

Sé verla. Esa. ¿El erótico Julio? Esa puta lo conoce. ¿Yo? Solo soy eco. No cola tu pase. Oí ¡lujo! Cito: reléase al revés.

Rubén Ochoa 

 Palíndromo inspirado por Julio Muñoz.

Podría escribirte los versos más cursis esta noche



Piratas de amaneceres sin dueños.
Lazos que atrapan libertad.
Tropiezo con cantos y sueños,
en los que vendes zapatitos de cristal.

Besos de versos te recitaría,
y compraría pícaras estrofas;
para, en noches de lunas frías,
calentarnos al romper de las olas.

Entropía, lapiceros y un guiño,
son juguetes rotos que nunca tiramos.
Somos viejos que pretenden ser niños,
seremos peces de papel navegando.

Ocurrirán eternidades y vidas;
y en lo que aprendo a olvidarte,
iré alquilando poemas sin salidas
escritos en billetes a ninguna parte.

                                      Ester Marfer.

Magia


Siempre fue una estudiante prodigiosa, destacaba en cualquier asignatura y en las actividades extraescolares: Solfeo, Ballet, Pintura; también tomaba clases de matemáticas avanzadas. Todas las esperanzas de su familia estaban puestas en ella, sus orgullosos padres la mostraban en cualquier reunión, ataviada de lacitos como el regalo divino que había supuesto.
La llevaban todos los domingos a la iglesia para que pudiera dar gracias a aquel señor clavado en un crucifijo por haberla dotado de tan magníficos atributos. Ella se sentaba en el banquito junto a sus padres y hermanos, y miraba la figura tallada en madera con compasión; entendía mejor que nadie lo que era sentirse observada fijamente por todos los presentes. Le sucedía en clase, en casa, y sobre todo en las reuniones que sus padres organizaban.
Siempre le tocaba representar alguna pieza maestra al piano, o bailar, o cantar. Deleitar a los concurrentes con sus dulces dotes. Después venía la ronda de cálculo mental: su madre, sentada frente a ella, sujetando la calculadora; y todos los presentes lanzando al aire las más complicadas multiplicaciones, que ella resolvía sin inmutarse, antes de que su madre terminara de teclear todos los números en la exacta máquina.
No comprendía cómo no se aburrían del show, para ella la única diversión de aquellas demostraciones era imaginárselos con cuerpos de animales o con las caras deformadas, como si fueran reflejos de los espejos del laberinto de aquella feria ambulante, en la que estuvieron hace unos años… aquella feria ambulante… ese día sí que fue feliz. Entre globos de colores, algodón de azúcar, gofres de chocolate, payasos, equilibristas, domadores… ¡MAGOS!
¡Oh, la magia! Ese día supo que de mayor sería MAGO, con su chistera, su conejo, palomas… y viendo todos los días la felicidad reflejada en caras desconocidas.
Recuerda como se rieron sus padres de aquella chiquillada: “De mayor quiero ser mago, y viajar de pueblo en pueblo haciendo felices a todos los niños del mundo”. “Tú vales para mucho más que eso”, replicaron sus padres. “Algún día serás doctora en físicas como mínimo, no querrás que te traten nunca como un monito de feria, ¿verdad?”
¿Cómo creían que se sentía Claudia cada vez que exponían su inteligencia ante el reto del cálculo mental, frente a todos los petimetres de sus amigos?

Ester Marfer

La deuda

    César abrió los ojos. La débil luz que entraba por la ventana lo dejaba ver que Justin Bieber y Lady Gaga lo miraban desde la pared, seguía en su cuarto. ¿Qué era ese ruido? No, no era un ruido, más que ruido era un murmullo. Se escuchaba como si miles de pequeñas garras arañaran el suelo, como si infinitas narices olfatearan el aire enrarecido por el encierro.
    Se sentó asustado. Sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, entonces pudo sentir sobre la piel una mirada. Mil miradas. Con una mano temblorosa encendió la lámpara. Ahora pudo verlo. Parado delante de su cama estaba Miguel, sosteniendo entre las manos un conejo. El conejo era blanco. Sus ojos de fuego también lo miraban. A sus pies había una gran cantidad de conejos, eran tantos que no podía contarlos. 

—¿Qué hacés aquí? —preguntó César.
—Vengo a saldar una deuda —contestó Miguel.
—¿Una deuda? ¿Qué deuda? ¿De qué me hablás?
—Es tarde para tantas preguntas, César.
—Andate de acá, voy a llamar a la policía.
—Nadie puede ayudarte —dijo Miguel mientras el conejo saltaba de sus manos.

   Cesar intentó agarrar el móvil. El conejo blanco cayó sobre su pecho y se arrojó hacia adelante hundiendo lo incisivos en su cuello. Los otros conejos empezaron a saltar a la cama. Todos se abalanzaron sobre César, como una plaga. Empezaron a morder y arañar desgarrando las sábanas, llegando a su piel, a su carne, a sus entrañas. Intentó gritar, pero otro conejo ya apretaba su garganta. Se sacudía intentado sacárselos de encima, pero eran demasiados. Siguieron atacando hasta que dejó de moverse. Poco a poco, los conejos, fueron bajando de la cama y abandonando el cuarto, saliendo por la ventana.

—Listo, deuda saldada —dijo Miguel y también salió por la ventana.

                                                                                            Rubén Ochoa

La peor soledad






La peor soledad. Esa que te entra como el frío hasta los huesos y te hace temblar. Pero no temblar
de frío sino que de miedo. Miedo de pensar que ahí te quedarás estancado, marchito, sin salida.
Que estarás solo por el resto de tu vida. Pero no te encuentras solo de verdad. Tienes una pareja
y duermes con ella todas las noches. Tienes amigos con los que contar. Tienes familia. Pero
ninguno de ellos sabe en realidad cómo te sientes. No les has dicho porque ya lo intentaste y no te
comprendieron, no te escucharon y siguieron la vida como que si nada.

Esa es la peor de las soledades. Es peor que estar completamente solo. Pasas las noches en vela
mientras escuchas a la otra persona respirar a tu lado calmadamente. Te ries cuando tus amigos se
burlan de lo que acabas de decir. Te sientes alejado de tu familia porque no comprenden quién eres.
Te lamentas de tu situación pero no haces nada por cambiarla porque ya has perdido las fuerzas.
Porque te acomodas a la vida como es y no estás listo para hacer un cambio.

Y poco a poco entras en un remolino que te lleva al hoyo profundo de la soledad infinita. De la
soledad sin esperanza. Eres la sombra de lo que fuiste y nadie se da cuenta. Haces las cosas por
inercia, como por instinto. Sueñas con un cambio de ciento ochenta grados pero no haces nada por
alcanzarlo.

No te atreves a ver tu reflejo en el espejo. Sabes que en tus ojos verás la tristeza que llevas encima,
que te hace la vida más pesada. Tu pareja planea tu futuro aún cuando sabes que no estás seguro de
que quieres un futuro con esa persona. Pero no protestas o dices algo. Dejas a tu pareja decidir por
ti.

Tampoco el trabajo te entusiasma. Sueñas con ser escritor, pintor o algo distinto que estar sentado
frente a la computadora ocho horas al día. Haciendo las mismas cosas, enfrentando los mismos
desafios, viendo a las mismas personas. Monotonía. Ese es el nombre de tu vida laboral y personal.

Sientes un vacío inmenso en tu interior, cómo que te han arrancado el corazón. No sabes como salir
de este letargo y sabes que la respuesta está en ti pero no te atreves a buscarla o a encontrarla. Y así
se pasan días, meses, años sin que hagas nada por cambiar tu situación.

Hasta que un día llega la gota que derrama el vaso. Ya no puedes más y decides dar el cambio que
necesitabas desde hace mucho tiempo. Terminas esa relación que no te hacía feliz, decides buscar
un trabajo más productivo, decides hacer algo con tus sueños y retomas las riendas de tu vida.

Te entra un pánico inmediato después de tomada la decisión, pero ya lo has hecho, no hay vuelta
de hoja. Sufres y lloras porque te sientes indeciso de si tomaste la decision correcta o no. Llamas a
tu ex pareja con la cuál no tienes nada en común. Llamas a esos amigos que con el tiempo dejaron
de serlo, para ver si así encuentras la respuesta de si estás haciendo lo correcto. Llamas a tu familia
pero tienen sus propios problemas como para acarrear con los tuyos. Pero esas llamadas sólo te
dejan vacío, sientes que ahora si estás realmente solo. Entras en depresión. No quieres saber nada
de la vida. Duermes horas de horas, vas al trabajo por inercia, esperas que la vida pase sin notar tu
presencia.

Con el pasar del tiempo te sientes más sereno, más tranquilo y te das cuenta que ya no te sientes tan
solo. Te sientes mejor que antes. Empiezas a disfrutar de tu nueva vida, a encontrarte a ti mismo,
encontrar esa chispa que habias perdido. Le encuentras sentido hasta a las más mínimas cosas. Tu
rutina y tu vida han cambiado por completo y te sientes satisfecho, estás relajado, sonríes, empiezas
a ser feliz.

Y llegará el momento que encuentres nuevos retos, nuevos amores, nuevos sueños pero ya tomaste
el control de tu vida, te sientes fuerte. No te dejaste vencer por la soledad, porque has decidido lo
que quieres y lo que no quieres hacer . Sabes que no quieres volver a caer en la peor soledad del
mundo porque ahora te tienes a ti mismo.

Silvia Titus
@cuentosdekutz
Los Cuentos de Kutz

Métetelo también en la cabeza

Es una mañana fría y algo gris. Es una calle estrecha, en un pueblecito en la ex Yugoslavia. Una mujer serbia, nonagenaria, ataviada por entero de negro, sostiene un cigarrillo en la boca. En una de sus manos, sostiene un rifle muy gastado. En la otra, la pequeña mano de su nieto de cinco años. A media calle, se detienen, frente a un árbol de ramas casi secas, un árbol decrépito. Ella le señala al niño, con el cañón del rifle, en dirección a aquel árbol, y le habla aún con el cigarrillo entre los labios: “Es ahí donde un albano asesinó a tu abuelo”. Se lo repite, como cada mañana.

Dos niños caminan bajo el calor veraniego en las calles devastadas de Jenin, al norte de la ocupada Cisjordania. Han conseguido en el mercado negro un par de jugosas rebanadas de sandía. Dos soldados israelíes se les acercan. Sin preguntar más nada, les arrebatan la sandía, los suben a un camión y se los llevan. Los colores de la sandía, blanco, negro, rojo y verde, son los colores de la bandera Palestina, proscrita por el Gobierno Militar (1).

“Nosotros no somos rusos”, me decía el ucraniano Oleg Yefimov, “nuestra cultura y nuestra lengua son distintas. En todo caso, es de Ucrania de donde provienen los rusos. Pero de ninguna manera somos iguales”. Luego añadía: “Nosotros hemos sido ucranianos siempre, desde hace muchos cientos de años, y siempre lo seremos”.

El odio étnico, el odio racial, la necesidad de un ‘ellos’ contrapuesto al ‘nosotros’, no viene grabado en nuestros genes. Es parte de la cultura y la identidad, aquello que distingue un grupo humano de otro. Y la identidad étnico-cultural no es otra cosa que lo que la gente tiene en la cabeza. ¿Cómo llega hasta ahí? Podemos afirmar que “la gente actúa hacia los objetos, incluyendo otros actores, con base en el significado que éstos tienen para ellos... El significado colectivo constituye la estructura que organiza nuestras acciones” (2). Esto implica que las personas, a partir de su naturaleza social, construyen sus actuaciones con base en el entorno en que se encuentren y a partir de esos referentes organizan su entendimiento sobre sí mismos y sobre aquello que los rodea.

La identidad, y su construcción son un proceso en el cual el individuo, a través de su interacción con el mundo y con otros, le da un sentido a su yo, al mismo tiempo que le otorga un significado a los otros y a la realidad que le rodea. La identidad étnico-cultural puede ser definida como un conjunto de conceptos aprehendidos a lo largo de nuestra vida, a veces impuestos, a veces consecuencia de eventos históricos fuera del control del grupo étnico en cuestión. Lo que me da identidad es lo que me hace diferente de otros, es el conjunto de sucesos que se han ido registrando en la memoria colectiva, y que la sociedad va reproduciendo a través de sus instituciones a lo largo de su historia, mismas que median las relaciones sociales del grupo por un lado, mientras que por el otro aseguran la pervivencia del mismo. Y son justamente estas identidades étnicas, religiosas y culturales los factores más significativos de los conflictos internacionales, especialmente en los últimos 30 años.

¿Cómo se cambia, pues, lo que la gente tiene en la cabeza? Probablemente, en los ejemplos citados, sustraídos de la historia mundial reciente, las mismas instituciones sociales han generado un discurso de odio y violencia, que imposibilita y ciega a los individuos para admitir que probablemente su percepción es equivocada. Cambiar eso tomaría generaciones. Pero, como ha señalado Madeleine Albright (3), de nuestro entendimiento de estas diferencias, ya sean étnicas, religiosas o culturales, dependerá la solución de conflictos internacionales muy arraigados.

Quizá si nos alejáramos de la retórica post-guerra fría en la que todos somos iguales (lo cual es obvio a cierto nivel y desde cierta perspectiva), y empezamos a trabajar sobre lo que nos hace diferentes, por lo tanto únicos y valiosos cada uno per se, entonces ya podríamos avanzar hacia un mayor entendimiento entre todos los habitantes del globo. A fin de cuentas, ‘lo mejor que tenemos’, la democracia, se nutre del hecho de que, justamente, somos diferentes, a veces contrarios, y en ocasiones contradictorios. Es cosa, pues, de que la gente lo tenga también en la cabeza.

(1) Marín, R. (2002). La ocupación militar israelí de Cisjordania y Gaza: de la Guerra de los Seis Días a la Declaración de Principios (1967-1993). Ed. Guayacán:Costa Rica.
(2) WENT, A. (1992): “Anarchy is what states make of it: the social construction of power politics”, en International Organization, Vol. 46, No. 2, pp. 391-425.
(3) Albright, M. (2006). The Mighty and the Almighty. Reflections on America, God, and World Affairs. Harper Collins:USA.

Ángeles y Demonios

El cielo y el infierno en un minuto.
El ángel sopesando posibilidades, analizando excusas, perdonando flaquezas, aguzando el oído para los porqués. Pero también preguntando cuántas veces más, a dónde lleva tanto desatino, para qué sirve si hace daño, por qué quedarse si provoca dolor.
El diablo pregonando una claudicación inapelable, buscando las aristas más vulnerables, golpeando testarudo en las dudas, nublando la visión, sembrando celos. Pero también preguntando hasta dónde correr el límite, hasta que punto logra un equilibrista mantenerse indemne sobre la cuerda que se está rompiendo.
El uno, sosegado, moderado, ofreciendo una salida digna, rogando un liso y llano “basta”. El otro alzado en armas todo el tiempo, arrebatado, compulsivo recurrente, socavando todo intento de alejar el temor a sufrir otra vez.
Al final te llamé, y el infierno se mataba de risa.
El ángel me miró y me guiñó un ojo.
Por eso sigo sin entender.

Yo soy

Yo soy la que sueña,
la que espera,
esa que dibuja un corazón
bajo la mesa,
y se sigue preguntando
¿cuándo llegas?

Yo soy la que tiembla,
la que extraña,
esa que te escribe sin pudor
cada palabra,
y se sigue preguntando
¿cuánto falta?

Yo soy la que ríe,
la que llora,
esa que conoces sin razón
con mil razones,
y se sigue preguntando
¿dónde quedas?

En el paraíso


Cataratas de Iguazú


Ventanas

El día que la luna se detuvo.

Un día que pintaba, no como cualquiera porque nada en nosotras era peculiar,
un día hasta cierto punto con gracia, que llevaba en la distanciala intención de destacar.
Un hospital tan conocido últimamente, que casi, casi, ya llenan nuestros nombres el lugar,
afuera el mundo caminando como si sólo fuera cuestión de despistar.
Kai pintando colores en la panza a manera de brinquitos, mami tipeando para la beba
de los ojos bonitos. Tipeos, corretizas, ambulancias y nada fuera de lo común alrededor.
hasta que el sueño cayó.
Como luna gestante supongo que vio la hora de partir, pronto iba amanecer aunque
no se quisiera ir. ¿De quién dependía? Sólo Dios lo sabe y aún temo preguntarle
porque dolería escuchar la respuesta.
Sin sonidos de la orquesta de la luna traviesa, mami se inquietó, preguntó y nadie
pudo contestar, todo se concentró en el actuar.
Por más que el cielo se abría para darle paso a la reacción, nada pasó, entonces
el silencio fue quien se apoderó.
Yo cerre los ojos como quien pone un cerrojo con candado triple y ya no quise mirar,
dejé de observar el mundo, dejé que mis labios mudos ocuparan su lugar.
Se quedó en mis sueños mi pequeña Lunakai y en las noches que al llegar, me mostrarán su rostro
para poderlo besar.



Silvia Carbonell L.

Castillos de arena


Fui libre, fui mar y arena. Nos sentábamos en orillas, precipicios de acantilados y terrazas de verano, para ver romper las olas en nuestra risa. Fui feliz y me ponía triste cuando el sol se ocultaba. Me alegraba ver el reflejo de tus ojos en la luna, me alegraba ver el reflejo de mis manos en las tuyas. Fuimos un yo, un uno y un todo.

Bailaba cada noche en tu piel, pisando con cuidado tus suspiros para no despertar la mañana. Bailaba libre, siendo playa, siendo atardeceres. Grité a la noche, a las estrellas, que no nos abandonaran al salir el día porque también me ponía triste ver la luna desaparecer de nuestros cielos, de mi mundo. Me hacía feliz verla crecer y menguar en el reflejo de tus labios.

Fueron mil soles y mil lunas. Somos, tú y yo, un simple recuerdo de aquel verano.

Ester Marfer

Vida por Vida



Hace dos años, caminando calles que no hablan mi idioma, me topé con esta pared que me dió  la bienvenida a éste país.
Hace unos meses volví a pasar por ahí y cual va siendo mi sorpresa que le dieron, efectivamente, "Vida!" al lugar haciéndolo taquería y tequilería. Así es, este lugar me da Vida cada vez que vengo por unos tacos al pastor (los mas parecidos a los originales que he encontrado fuera de México), por unos tequilas, como no, y por supuesto a bailar con buena música de mi Tierra.
No importó que me cambiaran el graffiti que tanto me gustaba por un pedacito de hogar.







Ana R.

Sobre mi tierra, bajo mi cielo



Esta foto fue el resultado de la casualidad y la suerte. Iba caminando por Paseo de la Reforma un 16 de Septiembre para ver el desfile, cuando escuché pasar a los aviones, volteé al cielo, el sol brillaba demasiado para fijar la mirada, así que, a ciegas oprimí dos veces el botón. El primer resultado, fue éste.

Ana R.