martes, 10 de abril de 2012

Ganadores del 3º Concurso de #ConFábula


  • Primer Lugar:
 Nos besamos hasta por debajo de las ganas.  
de Corazón descalzo @CorazonDescalzo

  • Segundo Lugar:
 disfrutaba ver como se le corría la tinta.
de Sivia Carbonell L.  @shivisc

  • Tercer Lugar:
Sus piernas se aferraban a mí; como un cinturón de llamas quietas.  
de Joos  @SoyJoos 


 ¡Gracias por la nutrida participación! Aquí una muestra de todos los participantes:

Storify de los participantes.


silencios huérfanos

por las calles vacías
viajan mis silencios
y por tu ventana
reparten sonrisas


hablan de faros
oleajes y tardes
escúchalos
ellos no escuchan


si intentan subir
derriba su escalera
pues ellos te dirán
lo que yo no dije

Agonía

Traté de detener al vuelo las palomas.
Me cegó el brillo del sol.
Mis ojos ya no ven tus ojos.
Ahora no sé quién soy.

Traté de bajarte las estrellas.
Me quemé las manos.
Borré las líneas de mis palmas.
Ahora no sé adónde vamos.

Traté de decirte que te extraño.
Me ahogué con mis palabras.
Dejé de creer en el destino.
Dejé de sentir que me amabas.

Un mes ya de vivir sin ti.
Mentira.
Esto que tengo no es vida.
Es agonía.

Todo resuelto

Él jamás pensó que el amor tocaría a su puerta. Lo tenía todo resuelto: iba a acabar la escuela, conseguiría un trabajo, conocería a una mujer adecuada, se casaría, tendría una brillante carrera, una vida de triunfos y realizaciones. El amor no tenía nada que ver con eso. Nunca se imaginó que el amor iba a tocar a su puerta, mientras dormían juntos en la cama de ella. Su corazón le jugó una mala pasada. Al hombre que nunca se iba a enamorar, le bastó pasar la noche en los brazos de esa mujer encantadora, para perderse irremediablemente. Lo que ignoraba, lo que ignoró siempre, es que tener todo resuelto implica dejar todo sin resolver cuando te enamoras. Él nunca quiso enamorarse. Y cuando le pasó, no supo detenerse: lo dejó todo. Pero él no se dio cuenta de cuánto había dejado, hasta que ella descubrió que no lo amaba.

Hay una herida






Hay una herida que reclama tu nombre. Este vacío en el que nos enredamos con el dolor y su sombra. Herida impregnada de ti, a la que me aferro para llegar hasta el silencio, para callar contigo, para huír hacia el amor que no se llama fuego si no se enciende. Hay una herida que supura tu nombre, y el mío, y la palabra muerte. Un destino conjugado, hecho cicatriz.

Día D

Llegará el momento en el que olvide el sabor de sus besos, el color de su piel, la sensación en su cuerpo después de cada orgasmo. Espera el día que no recuerde el camino de entrada al infinito que tienen sus ojos, que no pueda pronunciar su nombre, que no desee tenerla a su lado, que no extrañe el sonido de su voz ni el brillo de su sonrisa; el día que no añore encontrar su mirada, escuchar su risa o, simplemente, saberla suya.
Sabe y está convencido que llegará ese día.
Pero no será hoy.


JuanK Reyes
@juank_reyes
http://miprimeratercerapersona.blogspot.com/

El abrazo de la noche


La noche nos abraza,
nos abre su morada,
mientras decido acariciarte,
Abrazarte y besarte.

La noche nos abraza,
Y es testigo de tu mirada,
pasmada en un gran orgasmo,
que me hace estremecer mucho mas.

La noche nos acompaña,
mientras decido abrirte
Mi intimidad extasiada,
húmeda y cálida .

La noche se vuelve cómplice,
del canto y baile de nuestros cuerpos,
Liberando nuestros lascivos deseos,
reflejados en nuestras miradas.

La noche es testiga,
de mi amor, de tu amor ,
De los olores,
Y del sabor de tu ser.

Noche no te vayas,
déjalo a mi lado,
Para seguir amandole,
con placer desbordado.

Angela Natalia
@labios_humedos

Tu Recuerdo



Tu recuerdo ese silencioso maleante que llega cuando disfruto el café vespertino, ése que llega para asesinar mi calma y sacarme del letargo monótono en el que siempre me encuentro, causándome un huracán de emociones.


Tu recuerdo, el generador de mis silencios y mis miradas dispersas. Ese estúpido que acompaña mis tardes de soledad, la misma que llegó gracias a tu ausencia.


Tú recuerdo, ése que me despierta en las madrugadas para obligarme a soñarte con los ojos abiertos. El que me tortura haciendo que me pregunte con quién estás, quién te abraza cuando tienes frío o quién te consuela en un mal día.

Tú recuerdo, tu etéreo recuerdo, el que me mata, me reaviva, me fortalece, me debilita... El que me recuerda que tengo un pasado, el que me dice que un día utilicé el corazón para otra cosa más que bombear sangre, algo tan sencillo y tan complejo como amar, por ejemplo... Tu recuerdo... El que está gustoso de hacerme sufrir, el que no me deja en paz, el que me rompe en pedazos.


Edith Aguilar
@CerezoRosa_
http://elalmadictaelcorazonescribe.blogspot.mx/

La herida soy yo.

En esta noche tan alta que se estrella en el cielo, en medio de la habitación, en un crujido de nada, no deseo escribirte una carta, porque las letras viven en el papel, yo por el contrario, amiga del futuro, yo quiero vivir en ti. Pero sucede y acontece, ese reloj de la pared, ese calabozo de aire, me obliga a comprimir todo lo que vive dentro en estas letras de nadie.
Desde este escritorio, te veo dormida, arropada con la nostalgia sobrante de la noche, desnuda del mundo, con tus lunares de siempre, pequeños agujeros al centro de tu alma, desearía algún día prestarte mis ojos para que te veas y sepas porque hinchas mis pupilas de amor. Me apresuro, no quiero estallar y mancharte de dolor esa alfombra que tanto quieres. Antes de decirte el futuro, aunque tú lo sabes porque tú lo eres, gracias por encerrarme en los ojos de mi hija, esa pequeña niña con el alma de todo, por habitar los míos, por entrar cuando yo te esperaba en cada sonido de la puerta, por vestirme la piel contigo, por los besos que de tu boca partieron hacia mí, por esos días en que hacías correr al frío con tus manos desnudas, por crecer con la esperanza voraz, justo donde me golpeaba el mundo, yo el viento solo, tú el innegable jardín de flores.

Ahora es mi turno de develar las huellas, incrustadas ya, en la vanguardia del camino, las decisiones me han tomado, yo las perdono, porque no te conocen ni te sienten. Un día te veré volver con la sonrisa de los que vuelven para quedarse siempre, pero amiga, tú ya eres para siempre aunque te falte por ser.
Te dejo un gato en el techo, él simulará el sonido de la lluvia cuando necesites recordarme. Me dejo en ti como asombro en el recuerdo, como disparo de vida, colgado al principio de esas ganas de llorar, en esa maldición que echarás al viento. Pero hoy, mi nostalgia alquila las ruinas que me habitan, yo simplemente quería encontrarte camino a la cocina, todos los días del “hasta que la muerte nos separe”, pero ya ves, te dejo eso a ti, retratarme en los ojos como si estuviese donde no estoy.
Quiero que sepas, nunca terminé de sufrirte, escribirte, de encerrarte la voz en mis besos, de contarle al perro de la calle lo linda que lucías, de verte en cada vaho de espejo, de encontrar la verdad perdiéndome en ti, pero las huellas, el mar no se las lleva, sólo viene a tocarte los pies para recordarte, es decir, deben estar mis pasos en alguna esquina de tu alma, si preguntan por mí, sonríe y te harán cosquillas en el corazón.
Ahora que siempre fuimos uno, qué nombre nos ponemos, cómo nos llamamos sin voltear al viento, los dos al mismo tiempo, dejo que tú lo elijas, pero ahora, quiero despedirme con estas gotas suicidas que desgarran la ventana, con el mundo que llevo puesto en los ojos, o que más bien, me lleva casi ya puesto en su tierra.



Perdóname, porque tal vez, un día sentada, en medio de la habitación vacía del mundo, en el centro de ti misma, leerás esto, y el horizonte se comprimirá en tu ventana, y yo, yo no estaré para abrazarte, no estaré para desfigurar tu sombra con mi cuerpo, para secarte el llanto que llevarás dentro, si deseas hacerme pagar, llora, llora para inundar hasta los más profundos recuerdos, porque también sufriré, porque desde que te vi, me duelen tus ojos.
Si me encuentras con un hueco en la sien, no lo culpes a él, porque el hueco, el abismo, la herida, soy yo. Me voy, no porque el reloj me llama, él no, sino el monstruo infame que nunca se cura y siempre sucede, el tiempo.

Recuerda, el sol se repite para que nunca lo olvides, y aunque no te pese la espalda, en ti dejo todo lo que soy, Adiós.


Levi Velázquez
@littlepoemas
http://littlepoemas.wordpress.com/

Amor matemático

Tu amor es como un número,
que se suma con las caricias,
que se resta con la ansiedad,
que se multiplica con el deseo,
que se excita cuando te rodeo.
Eres el resultado de la felicidad:
Las satisfacciones y las codicias.

Tu virtud de mujer amante
se deriva del cariño inmenso,
das el cien por ciento de ti.
das el doble de lo necesario.
das amor sin medida ni horario
Te vas por la tangente por mí:
La línea hacia el punto intenso.

Omer Alfcorbar

Jacaranda jacarandosa

LLEGADAS / ARRIVALS / ARRIVÉES


Llegué una hora antes de lo previsto. Debía conducir casi trescientos kilómetros desde Quebec, entrar a Montreal en hora pico de un viernes de verano y cruzar la ciudad para dirigirme al aeropuerto. Por ningún motivo quería llegar tarde, así que planeé mi día y mis desplazamientos considerando el peor escenario posible y para mi tranquilidad, las cosas se dieron mejor de lo que esperaba.

El punto es que ahí estaba yo, sesenta minutos antes, en la sala de llegadas del Pierre-Elliott-Trudeau. Me pareció raro que la sala estuviera casi vacía pero eso me permitió ocupar una banca con ubicación estratégica entre el monitor de registro de aterrizajes y la puerta de salida de viajeros. Estuve leyendo por un rato. Recuerdo bien que leía Mujeres que viajan solas de José Ovejero porque iba a recoger a mi madre, quien viajaba sola, y me pareció una curiosa coincidencia. En pocos minutos la sala se fue llenando de voces, así que guardé a Ovejero y me dispuse a observar. Me gusta mirar a las personas. Me gusta ver sus gestos, cómo se mueven, cómo visten. A veces juego a adivinar sus historias: ocupación, estado civil y de vez en cuando, solo por diversión, algún detalle sórdido. Puedo pasar horas haciéndolo y creo que los aeropuertos son el sitio perfecto para ello porque esas salas de llegadas son como ciertos sitios sagrados que tienen una vibra especial, una energía diferente producto de todas las emociones que ahí se generan y se quedan flotando sin que nos demos cuenta. ¿Cuáles son las anécdotas escondidas entre todas esas maletas, detrás de este vasto catálogo de gente? ¿Adónde va esta muchedumbre y por qué?

Observaba a la pareja que estaba sentada frente a mí cuando dos hombres -un cincuentón y un adolescente- y una mujer mayor ocuparon mi campo visual. Tres generaciones: madre, hijo y nieto. El cincuentón hablaba en francés con el hijo y en rumano con la madre; la abuela se dirigía a ambos en rumano y el adolescente les respondía en un perfecto francés québécois: una escena típica de una familia de inmigrantes y que se puede ver todos los días en una ciudad como Montreal. La mujer estaba visiblemente nerviosa y hablaba poco. La escuché hacer dos preguntas solamente; la primera vez, el hijo consultó el registro de llegadas y la segunda, el nieto miró su reloj de pulsera y movió la cabeza en señal negativa. A los pocos minutos, el monitor anunció el aterrizaje de un vuelo procedente de París y el adolescente dijo “C’est arrivé” (“Ha llegado”) apretando el hombro de su abuela. La señora, impecable, vestía una falda azul hasta las rodillas y un suéter blanco de botones. Los zapatos nuevos eran del mismo tono café que su desgastado bolso de mano. Una gargantilla de oro colgaba de su cuello y en sus orejas, unos aretes pequeños del mismo material. La visualicé planeando su atuendo con esmero, buscando los zapatos que hicieran juego con el bolso y la imagen me conmovió. Algo me decía que se trataba de una ocasión especial.

La señora miraba fijamente hacia la puerta por donde salían los viajeros, yo la miraba a ella. Apenas parpadeaba. En un par de ocasiones se puso de puntillas para ver mejor. De repente, abrió los ojos y se llevó la mano a la boca en señal de admiración. Del otro lado, una mujer -mismo gálibo, misma edad- repetía el ademán. La viajera se aproximaba lentamente y, cuando estaba a un par de metros de la señora de falda azul, soltó su equipaje y extendió los brazos. Pensé que iban a estrecharse pero no fue así. Se acercaron poco a poco, sin prisa, y se empezaron a tocar. Tocaban sus caras, sus manos, sus cabellos. Se reconocían palpando la nariz, las orejas, la boca de la otra. Entonces se abrazaron y soltaron en un llanto discreto, silencioso, sin drama. Los dos hombres miraban de lejos, todos los demás éramos unos intrusos. Sentí impotencia, casi enojo, por la gente que pasaba apresurada, moviéndose torpemente con sus valijas pesadas y escandalosas sin percatarse de que ese momento era solo de ellas. La sala se llenó y entre toda esa vorágine las perdí de vista.

Al poco rato volvió la calma. Las busqué con la mirada pero ellas habían desaparecido. La pantalla de aterrizajes indicaba que el vuelo que estaba esperando había tocado tierra minutos atrás. Tomé mi bolso, me acerqué a la valla. Mi madre cruzó la puerta y yo corrí a recibirla. Nos saludamos con un beso y un abrazo largo. Después de nuestro protocolo de bienvenida tomé su maleta y, al dirigirnos hacia la puerta de salida, noté que alguien nos observaba y sonreía

Sandra
@Vita_Flumen

El Cuento

Este es el prólogo del cuento.
Ese que escribimos para hacernos ciertos.
El que nos presenta como personajes.
El que nos demuestra que no somos sueños.

Este es el nudo de la historia.
Ese que construyen con algún pretexto.
El que nos abraza con las circunstancias,
y nos aprisiona con algún defecto.

Este es el epílogo de todo.
El que nos revela o nunca se resuelve.
El que haciendo magia sabe que la quita.
El que roba vidas y o el que te la da.

Vitrola


Suena como entonces.
Suena como a viejo.
Alguien llora un sueño
mientras canta un tango
con sabor a lejos.

Jeremías, el vendedor de sueños

Una plaza. Chicos detrás de un balón de sueños escondidos. Brilla Febo, por encima de otros astros, y el sudor se pega en la remera. Roces. La tensión en la pierna derecha, como pistola a punto de gatillarse. Panteras agazapadas, esperando el momento justo para saltar. Y la Toma de la Bastilla se efectúa. Gritan y se abrazan. Doce años, pelo duro.
Gol. Gol. Goooool...
Raúl. El Negro. El contador de cuentos. El arqueólogo sin presupuesto. Me contó una vez, tinto de por medio, la historia de Jeremías. Viejo astuto, rostro enjuto, voz plagada de matices y ronqueras. Porteño por elección, pero nacido en Formosa. Jeremías, el vendedor de sueños. Lo podés encontrar en cualquier esquina, aquella que él elija para iniciar su jornada. Con el piloto gris y el chambergo al tono, con la barba crecida de esperar y esperar, y por un peso te vende tu mas insólita fantasía.
Jeremías nunca come, se alimenta de recuerdos, y tiene cientos de billetes hechos bollitos en el bolsillo izquierdo. No es rico. No es famoso. Es simplemente un vendedor de sueños ambulantes. Y eso le basta.
Por dos días le vendió a un matricero la camiseta de Boca. Lo hizo gambetear, ganar la copa. Le compró una villa en Mallorca, y cuatro canes para custodiar su fortaleza, de los millones de fanáticos que lo asediaban. Por dos días el tipo dejo de contar moneditas. Viajó en aviones de lujo. Se instaló en el Penthouse del mejor hotel. Danzó con Liz Taylor. Bebió con Frank Sinatra. Durmió en las sábanas blancas de Marilyn. Pero una madrugada, con demasiado champagne a cuestas, se puso a llorar. Lloró por su barrio, por la vieja, por el petiso, por el calor de la fábrica, por su infancia mendiga. Volvió a la fragua. Por dos días fue Pelé.
Una tarde una nenita se convirtió en muñeca Barbie. En una coqueta casita de plástico articulado. En la vidriera de un Shopping. Paseó su blondo cabello enrulado de mano en mano. Con vestido de fiesta. Con equipo de sky acuático. Hasta que un par de billetes la llevaron al
regazo de la hija de un Secretario de Estado. Se sintió importante, a pesar de ser tan solo un poco de acrílico flexible. Se sintió eterna. Como el mar Egeo. Tres días después lanzaron bombas sobre los cielos de Hiroshima. Ella hubiese querido no saberlo. Oculta en el canasto de juguetes, sin quererlo debió escuchar la llamada. Sudaba el Secretario, sudaba y temblaba a la par con el teléfono en la mano "Sí señor, sí señor". Y ella atrapada en su cuerpo Barbie. No pudo decirle nada. Y quiso volver con su mamá. No volvió a jugar con muñecas.
Una noche de verano un sereno se transformó en asesino a sueldo. Pero no de esos que por un par de centavos matan a su hermano. No. Un profesional. Un experto. Dos sujetos de traje viajaron a Sudamérica, solamente para verlo a él. estipularon un largo contrato. Un breve choque de manos para formalizar, y una cuenta en Suiza como garantía propia de vejez sin apurones. Eligió el rifle con cuidado. Como un cazador de búfalos. Falsificó su pasaporte, se quitó el bigote, se tiñó de rubio, y tomó el avión a Dallas. El estigma del Chacal. Kennedy recibió el impacto mientras sonreía. A veces en la oscuridad de su almohada, el sereno llora.
El viejo Jeremías los complace a todos. También los compadece en silencio. Porque los sueños también son pesadillas.
Una señora le pidió ser un dorado pez de río. Nadar con la corriente sin ataduras. Entre piedras de colores y nácar. Pero cayó en el anzuelo de un militar retirado. La dejó agonizar unos minutos
en la hierba. Sonreía y le hablaba despacito. Después, cuando casi le reventaban las branquias, la devolvió de un golpe al río. No quiso comer pescado durante años.
Un viajante soñaba con ser astronauta. Lo lanzaron al espacio. Las cámaras de tv mostraron su rostro por todos los noticieros, hasta los de habla hispana!. Y mamá se enorgulleció del "nene". Flotar, flotar como un pájaro cerca de las estrellas. Pero la URSS no conservó su perestroika. Y sin misiles ni comida dejó a su héroe flotar durante meses. Ahora siente vértigo al subir la escaleras.
Millones de pobres seres hacen cola diariamente, en la esquina elegida por Jeremías para su comercio singular. Concretar sus sueños más profundos por un peso. ¿Quién podría resistir la tentación de morder la manzana?
Transformarse en estrella de cine, soldado de Vietnam y aplastar al Vietcong, sentarse en el sillón de Rivadavia, ser Cleopatra, convertirse en Mesías, en líder revolucionario, en Ghandi. Jeremías
solo sonríe, y se guarda el sucio billete en el forro del bolsillo izquierdo. No les dice una sola palabra, un leve asentimiento con la cabeza, y como golpe de varita mágica el sapo se hace príncipe. Un ama de casa, líder de Sendero Luminoso. Un bancario se mete en la piel del Papa. Jeremías no les advierte nada. No les confiesa que él no puede controlar los sueños, el curso que toman, los giros bruscos, las precipitadas caídas.
Por eso cuando los retorna al presente, al escritorio, la cocina, la calle, el colegio; algunos, casi todos, lo miran con el iris cargado de reproches. Jeremías sólo se encoge de hombros y
les palmea la espalda con ternura. Como a los chicos enfermos. Entonces los "actores" bajan la vista y se van, cabizbajos. Y no se atrever a contarle a nadie del peligro, tal vez para no parecer demasiado humanos. Los sueños no son siempre bellos. Son solo sueños.
Solamente sueños.
Una plaza. Y yo me hamaco en el picadito que organizaron los monaguillos. Se golpean, se vitorean y escupen con la misma determinación. Sudor. Tenso el maxilar. El corazón galopando alocado. Las sienes latiendo salvajes y jóvenes. Venas rebosando coraje. Y se gana la Batalla de la Vuelta de Obligado. Gritos.
Gol. Gol. Goooool...
Si alguna vez te encontrás al viejo Jeremías, vendiendo sueños por un peso en una esquina, no sigas de largo. Parate frente a él. Miralo fijo. Fijate si dentro de lo oscuro de sus ojos negros hay un dejo de arrepentimiento, un poquito de vergüenza. ¡Algo!. Y decile después que venga a verme. Y decile que por favor no continúe comerciando ilusiones falsas. Que no juegue con los sueños. Que no compre almas por un peso. Hacéle entender que los humanos somos así, y que no aprendemos.
Satanás con galera.
Jeremías, el viejo.

Sol de Pascuas

A veces amanece
como si alguien hubiese
resucitado el sol.

las alas azules de un violín.

así en talla de árbol, me regaló sus ojos y alas.
de mis dedos hice las plumas donde él haría sus pasos de baile.
tenía alma de ángel, tenía ruido quemando por dentro.
fuego de cuerdas bailando al sonido del viento.


vaya madera de percha, 
se deja acariciar por manos estrechas,
llevando en forma de suave silueta, 
el sonido de todas las cuerdas.
ebanista de notas  que me toma en su abrazo.

me hace música flotando de piezas ligeras,
bello cuerpo parlante de notas 
dedos danzando en delirio de viento.
tocando y rompiendo todo silencio.


alma de notas azules 
atrapadas en el canto cristal de los pájaros,
alma gitana y rebelde de un árbol 
que se negó a vestirse de letras, 
y se quedó a vestirse de notas.


alma de un niño de lágrimas nuevas 
que quiso expresar su llanto al sonido de cuerdas.
dedos de manos inquietas, 
boca de viento que hace del canto sereno
el arrullo  del aire que baila al compás de las notas.


y cuando su alma te atrapa en las manos y cuello
no puedes evitar ser el sonido del cielo.
no puedes dejar de entregar sus alas bailando
alcanzando el vuelo de tocar el oído con tus manos.


Silvia Carbonell L.





Desde una ventana


Así es la vista desde una ventana del Museo Smithsonian de Historia Natural 


Ana R.