martes, 12 de febrero de 2013

La Ventana


A ti, que te asomas por el balcón de los sueños y aprovechas los rayos de la luna para recibir en secreto mis besos camuflados en su luz. A ti, que te he prohibido conocer mi nombre para que el Amor no traicione a tu lengua y se delate así el olor a mar de tus suspiros. A ti te escribo, con los mismos hilos plomados de mi alma, que unas veces enredas y otras más los estiras hasta permitirles mezclarse de ilusiones con el estambre terso y desnudo de tu alma de mujer enamorada. Te escribo con letras aladas, porque no podemos matar la distancia de otra manera, porque por cada kilómetro de suelo, hay un año luz de cielos oscuros y nostálgicos, con montañas y escoyos formados de nubarrones grises que solo mis letras y las tuyas son capaces de sobrevolar. Le dejo por ello a mi pluma, el arrojo mágico de abrir una ventana con vista al parque soleado y siempre inhabitado donde a veces caminamos tomados de la mano, ese recodo imaginario de árboles cómplices y bancas de azul prohibido, donde somos dos locos que flotan a 5 centímetros de un suelo pardo que no permite se impriman jamás las huellas irresponsables de los enamorados. Un lugar nuestro que tiene por siempre el clima templado de los últimos días de la primavera para que lo recorramos sin abrigo y con pisadas alegres y confiadas que no necesitan saber por anticipado lo que les espera en cada una de las vueltas de la vida.

Ahora que se lo he compartido a los ojos de tu imaginación, mira por esa ventana, mira más allá de tus sueños, más allá de la larga cortina que colgaba entre tú y yo. Quizá me creíste lejos, un amor imposible y por tanto confinado por las paredes de tus sueños, un amor unilateral que a nadie hacía daño y sin más futuro que el alcance de tus pensamientos encargados inocentemente a la lealtad del papel. Quizá no te esperabas que la fuerza de ese amor contenido horadara sus propios muros, que usara el papel de avión y se hiciera con todas tus palabras una angosta y serpenteante vereda de humo que condujera directo al patio trasero de mis párpados. Ahora puedes comprobar que este amor se quitó el peso de lo irremediable, puedes observar por esta ventana lo que han hecho posibles esas noches de insomnio en tu cama, esas letras coquetas en tu libreta y esas imágenes tomadas con la cámara olvidada de una cultura que desapareció del planeta hace cientos de años. Mira por ese cristal hacia mis sueños, los tiernos y los salvajes, los áridos y los empapados, de los que te hago responsable; mira por detrás de la tela roja que cubre mis sentimientos y mis deseos, la misma que has descorrido con tu inocencia y encanto. No sabes cuántas veces mis labios han cruzado en sueños el puente de pecas de tu nariz, no sabes cuántas veces he andado por ese camino de pequeños soles que calientan desde muy lejos mi piel de lobo huérfano, trocitos de sol que provocan que las huellas de mi sombra apunten a cada instante hacia a el ombligo celeste donde vives. A través de esta ventana hecha de letras puedes saberlo, pero solo un poco y eso te salva, porque el todo necesita de la piel y no del papel para sentirse por completo; porque el todo necesita la cercanía y solo nos quedan las letras para hacer trazos en carboncillo en nuestras mentes de nuestros cuerpos haciendo el Amor, para darle vida y movimiento a esto que no tiene nombre científico, pues se desprende de lo arcano, de lo que solo la música y los besos pueden abarcar pero no marcar de conocido.

No me pidas que olvide que existes, no ahora que lo he comprobado, no ahora que nos hemos sacado uno al otro de la tierra de lo imposible, no ahora que has sido expulsada de la matriz de los ángeles y has caído en el corazón de la noche, en el corazón de un hombre sin nombre, en la maravillosa ironía, que siendo ángel, provocas que deje sin fuego el infierno cada vez que te deseo. No te exijas olvidarme, porque algún día, vendrá el olvido y nos reclamará no haber dejado recuerdos escondidos para volver a sonreír al encontrarlos sin provocarlos siquiera. Quiero que algún día, seamos ese aroma que nos arrastra a ojos cerrados a ese parque de suelo pardo y huellas invisibles.

Renko

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