martes, 10 de septiembre de 2013

Instrucciones para subir al metro de la Ciudad de México en hora pico


Seleccione la estación de su preferencia de entre las 195 que operan seguro habrá alguna cerca de su casa o lugar de trabajo o de interés.

El nivel de dificultad de esta labor se debe a diversas situaciones: la hora, el lugar y la fecha, así como a la audacia del pasajero.

Por cuestiones prácticas en este caso veremos la estación Zócalo de la Línea dos del STCM (Sistema de Transporte Colectivo Metro) la cual en sus veinticuatro estaciones que van desde Cuatro Caminos hasta Tasqueña recorre casi veintiún kilómetros cruzando por la zona centro de la ciudad.

Dentro de la estación, que en este caso es subterránea, existen dos andenes que corresponden al tren seleccionado respecto al rumbo al que se dirige uno, en este caso Dirección Cuatro Caminos y el otro Dirección Tasqueña; elija la que mejor le convenga.

El tren cuenta con 9 vagones articulados e interconectados en el clásico y emblemático color  naranja con su  parte baja en gris mate. En los extremos de esta gran serpiente subterránea se encuentran las cabinas de los conductores que siempre van mirando de frente el destino al que se dirigen, estas cabinas por supuesto no pueden ser bordadas por ningún usuario, sin embargo no falta el vivo o atrevido que logra entrar y viajar cómodamente hasta que un oficial de policía lo desaloja.

La hora pico en la Ciudad de México es un tanto difusa, debido a que en el área metropolitana que incluye al Estado de México y a la Ciudad de México  habitamos más de veintiún millones de personas y el STCM transporta a cuatro millones cuatrocientos siete mil ochocientos cincuenta usuarios diariamente, todas ellas viviendo y moviéndose en la pequeña cuenca en la que estamos y que alguna vez fue lago, sin embargo podemos definir la hora de 7:00 a 9:00 hrs. y de 16:00 a 21:00 hrs, coincidiendo los horarios con las horas de entrada y salida de trabajos y escuelas, actividades importantísimas en la ciudad en la que o haces una cosa o la otra o ambas, pero no hacer ninguna sin duda mal visto por los que hacen alguna actividad.

Le recomiendo elegir el horario de la mañana, donde la gente a pesar de ser mucha, aún huele a recién bañada, a jabón y champú y a veces hasta van de buen humor, aunque no faltará al que ya se le ha hecho tarde para llegar a su destino y viaja con el cabello alborotado, los ojos llenos de legañas embarradas, usa aún el aliento de ayer y además todo le parece muy lento e insuficiente.

Una vez elegido el andén, notará que en el suelo hay una serie de ladrillos de color amarillo brillante insertados en el mismo, acomodados uno junto al otro formando una larga línea que va de extremo a extremo del andén, ésta línea mi estimado lector es la “Línea de seguridad” que nos avisa que estamos a escasos treinta centímetros del tren y unos cuantos más de las vías. Seguro ya ha notado que muchas personas rebasan ésta línea indiscriminadamente, y esto es quizá por la prisa que llevan por entrar antes que el usuario que se encuentra detrás esperando lo mismo: un asiento dentro del vagón. Usted puede elegir colocarse a la altura de los experimentados temerarios que harán lo que sea por un asiento o esperar a que ellos entren y después ingresar con más tranquilidad y menos espacio.

Se recomienda llegar con tiempo a la estación ya que los trenes suelen no ser puntuales a ninguna hora y en ocasiones habrá tanta gente dentro de los vagones que deberá dejar  pasar algunos trenes antes de poder abordar. Cabe mencionar que esto rara vez sucede fuera de la hora pico.

En el andén parece con las piernas firmes pero suaves, aterrizadas y flexibles, colóquelas en V invertida para evitar caerse a pesar de algún posible empujón, evite usar calzado descubierto por aquello de los pisotones, cuide sus pertenencias personales y de valor  de los “carteros” (ladrones especialistas en robar carteras y monederos sin violencia, haciendo uso de su astucia y entrenamiento con maniquíes vestidos con ropa incrustada con cascabeles que delatan al aprendiz).

Cuando vea o escuche el tren  venir por su lado izquierdo sentirá como la gente a su alrededor comienza a acercarse al tren que aún no llega, se están preparando, prepárese usted también, tome la postura de piernas que le mencioné y afloje un poco el torso por si alguien que va a salir del tren le avienta o alguien que quiere entrar también lo hace, lo más seguro es que ambos lo hagan, los empujones pueden llegar de cualquier lado y sujeto, inclusive niños, mujeres y ancianos.

Cuando el tren se detiene frente a usted tiene de dos a tres segundos antes de que se abran las puertas para visualizar el lugar donde se acomodará, puede elegir de entre un asiento, pasillo, cerca de la puerta donde va a entrar o más cerca de la puerta que queda paralela a su entrada o en medio de todo o inclusive podría no haber nada de espacio y no poder entrar; en ése mismo tiempo antes de que las puertas se abran también podrá ver la cantidad de pasajeros que pudieran bajar y según la expresión en su cara  la urgencia con la que lo harán, además de que al igual que afuera como si la puerta fuese un espejo verá como todos se compactan frente a la misma.

Lo ideal sería que antes de abordar el tren permitiera salir a sus ocupantes, ya que resulta ilógico y muy poco práctico hacer lo contrario, sin embargo no se sorprenda, si sucede lo contrario ya que pasa a menudo.

Una vez abierta la puerta del tren entre lo antes posible, ya que en el peor de los casos tendrá únicamente diez segundos para dejar salir y entrar antes que la puerta se cierre nuevamente y el tren avance, y en el mejor de los casos  tendrá  hasta cinco minutos antes que el tren cierre sus puertas y se dirija a la siguiente estación. Hay que considerar que si el tren tarda en irse esto significaría que le tomará más tiempo llegar a su destino y más gente abordará el mismo tren en cada estación, por lo que dentro el espacio se reducirá y la temperatura se elevará, lo que en invierno será algo muy bueno pero en verano padecerá el infierno mismo. El tiempo estimado que tarda un tren en llegar de una estación a otra es de dos minutos, pero esto casi nunca sucede, además el tiempo se extiende considerablemente si ha llovido o está lloviendo, inclusive en estaciones subterráneas como Zócalo. Al entrar es válido empujar a los usuarios que se encuentran dentro si hay demasiada gente esperando y si la prisa apremia, de no ser así será usted recibido por algún gritoneo, empujones y codos incrustándose por todo su cuerpo. Si tarda mucho en salir o en llegar el tren es común escuchar una rechifla por parte de los usuarios.

Una vez dentro agárrese de donde pueda, hay tubos colocados por todo el tren previstos para ello, en caso de que todos estén ocupados o fuera de su alcance apóyese en otro usuario pidiéndole permiso de antemano, no vaya usted a causar un mal entendido, también puede apoyarse en la puerta o si su altura se lo permite agárrese del techo. No se relaje, no se distraiga,, recuerde a los “carteros” , a los vendedores ambulantes llamados “vagoneros” que van de vagón en vagón ofreciendo su mercancía a gritos  o con mochilas llenas de bocinas con el audio a todo lo que da, pero principalmente recuerde dónde va a bajar y que en la próxima estación alguien más va a querer subir.


Descafeinado



En este descafeinado ahogué yo
las ganas de fumar,
Me guardé en el sujetador
el timbre de tu voz,
las ganas de volverte a llamar.


Seguí mirando al camarero,
seguí mintiendo entre los versos de mi cuaderno.


Y la tarde se me antojó lejana,
sin estudios ni trabajo
vacía de camas.
En la pared, mi cara
hecha un cuadro.



Ester Sinatxe


Noctívago

Pude observar cómo entró por la puerta del Club, arrogante. Caminaba alzado por la soberbia y la impertinencia se enredaba en sus pestañas; tan vanidosa presencia desencajaba con su poca elegancia al vestir: vaqueros caídos y camiseta descolorida; cabellos revueltos que seguramente no se habría molestado en peinar al salir de la ducha.

Ojos enormes, tan claros, tan grises, tan transparentes… tan irreales.

Intentaba seguir el hilo de las conversaciones de quienes me rodeaban, bailar al ritmo de la música, disfrutar de mi cigarro, mi copa… respirar. Pero estaba absorta. Le vi encaminarse lentamente a la barra, sonreír a los que encontraba a su paso; tenía unos labios perfectos, carnosos, sabrosos, tan colorados que resaltaban en su blanco rostro.

Estaba segura de que sabía que le miraba, que sentía mis pensamientos desabrochando su cinturón. Sujetaba su Scotch Ale y se la llevaba a la boca tal y como yo quería que él me tomara a mí. Noté cómo sus ojos se colaban por debajo de mi falda, haciéndome estremecer las entrañas.

Como en una nimia y estúpida comedia romántica desapareció el resto del mundo, la música resonó lejana y sólo quedamos él y yo en aquel taciturno y apagado lugar. Sin explicación coherente, sin motivos tangibles, me dirigía a su encuentro. Me esperaba acodado en la barra, con una sonrisa torcida, casi malévola, como si ya pudiese recordar todo lo que acabaríamos haciendo esa madrugada.

Sobraba cualquier palabra, pues ya había penetrado cada poro de mi piel. Fui yo quien le besó, quien agarró su nuca con fuerza para que no pudiese desenredar mi lengua de la suya. Fui yo quien se terminó su cerveza roja para salir del Club lo antes posible. Fue él quien conducía el descapotable, riendo, aumentando la velocidad rápidamente; la velocidad y mis pulsaciones.

No le quitaba ojo, asustada, excitada. Tenía tanto de arcaico en sus modales, de caballero del siglo XIX, algo que se apreciaba en cualquiera de sus ligeros gestos. Tenía la piel tan fría como pálida. Agarraba el volante con la mano izquierda, mientras que con la otra acariciaba mi pelo, mi nuca, mi cuello, mi nuca, mi cuello… mi cuello.

Hipnotizada, inconsciente, tan irreverente. Yo no hablaba y él sólo arrojaba carcajadas, estruendosas risas que parecían saltar al son de mis pensamientos. Sudaba empapada; se me licuaban hasta los huesos. Estaba desesperada por llegar a… ¿A dónde nos dirigíamos por aquella oscura carretera? ¿Qué confusos propósitos dirigían mi juicio? ¿Por qué me sentía relajada en tan extraña compañía? Mi voluntad estaba siendo manipulada, controlada y me gustaba.

Disminuyó la velocidad de golpe, tuve que apoyarme en el salpicadero pues la inercia dominó mi cuerpo entero; condujo el automóvil por el más tortuoso camino, sin luz, entre árboles con caras sobrecogedoras y ramas amenazantes. Detuvo el coche justo donde nadie podría oírme gritar, donde ni siquiera la luna podría iluminar mi cuerpo desnudo.

Mi deseo se abalanzó sobre aquella insolente bestia que adivinaba con antelación cada uno de mis movimientos. Me apresó con sus garras, me elevó, me besó el cuello… ¿Me elevó? ¿Volaba de verdad o era mi libido la que subía? Me elevó, me mordió el cuello, mi cuello… Sentí mi torso tan húmedo como mis muslos, sentí como volaba. Sentí como dejaba de sentir.

Ester Sinatxe


AL LIBRO USADO






Llevas
La firma de otro,
De otro lector cáustico;
La atávica manera
De ver el arcoíris en las hojas amarillas.

Como un ave en extinción
Te dejo caer
        en mis manos blancas
Y me haces volar
Entre la
hiedra
que cae de prisa.

Un libro usado
Es siempre un libro anónimo
Porque la poesía
Es siempre un canto nuevo

Hasta la palabra es rara en sí misma
Nunca es igual
Incluso en la boca menos sensata

El libro usado
Fue siempre el abuelo que nunca tuve
La pregunta que me fue negada
La crianza que debió ser libre

Te prefiero
Nauseabundo 
Insoslayable
Intrépido y flemático
Que
Elegante
Transitorio
Virginal
Y distante
Porque estas lleno
De olfatos poéticos
Ahora
Lleno de miradas mías.



René Valdés Morales

Km 13, en 20 minutos.

KM 13, en 20 minutos.

Creo que hacía tiempo que caminaba por la cuerda floja de la vida y no me había percatado de ello. Todos saben que el sexo es adictivo, pero lo que no saben es que el aroma a excitación de una mujer es el más sutil de todos los olores y también el más detectable inconscientemente para los machos de la especie humana, una droga para quienes la han probado en su forma más pura. Yo era adicto al embriagante olor a entrepierna mojada, esa era la delgada cuerda por la que caminaba a ciegas, sin más brújula que mis ganas.

Aquella noche hice una parada tardía en “Ruben’s” con la idea de tomar un trago, fumar un cigarrillo y quizá, levantar algo más intenso para beberlo de madrugada. En la barra se encontraban algunos clientes conocidos, compañeros regulares que acompañaban en silencio su soledad con la soledad silenciosa de otros retazos de la misma tijera. En ciertas mesas no faltaba la promesa velada de alguna antigua compañera de sexo casual, pero ninguna que me motivara a lanzarme al conocido vacío de las caricias sin química.  Después de un largo rato de estar sentado en mi mesa a solas con mis elucubraciones filosóficas-etílicas, me percaté que el gerente del lugar estaba a poco tiempo de corrernos a todos con el cruel encendido de esas luces mata alegrías y su violento regreso a destiempo a un mundo libre de humo, carente de complicidad y piedad para los defectos físicos. Me preparaba a pedir una última copa y sacar otro cigarrillo de una caja semivacía que dormitaba en la mesa a un lado del cenicero cuando la vi por primera vez, con su insoportablemente sensual vestido rojo y su caminar de mantis religiosa en celo.

Ella entraba en el tercer puesto de una fila despreocupada de trasnochados que la acompañaban, sin saberlo yo, a derrapar en una de las curvas eróticas que a ella y a mí nos deparaba el destino. Si para el mundo el rojo es señal de pasión, para mí es sinónimo de una mujer sin nombre que cavó surcos de lava caliente en mi espalda, que llegó como ladrón a mi vida, después de la medianoche, justo en el estertor de aquella madrugada de tragos y alegrías artificiales y se marchó de la misma manera. Para mi mala fortuna, yo estaba a pocos metros de la mesa que les asignó el mesero y hasta ese instante tomaba mi bebida con desinterés en aquel ambiente ensopado de sudor e impregnado de olores mezclados de cigarros medio consumidos, alcoholes baratos y perfumes tibios con aroma a sexo desesperado.

Meditaba en marcharme, la mujer de rojo estaba bien franqueada y ni para mí era buena idea intentar algo con ella. Pero reparé en lo extraño del grupo de entes que la acompañaban, eran dos mujeres y tres hombres, con ella se formaban 3 parejas disimiles, sin ese aire cotidiano que tienen las parejas que mantienen una relación amorosa normal. Ninguno de los varones era feo, ni demasiado atractivo; era el conjunto lo que los hacía llamativos para el sexo opuesto, vestían ropa formal, de buen gusto y cara, tenían modales corteses, eran atentos y sabían reír o escuchar en los momentos precisos. Las mujeres estaban vestidas y maquilladas como se visten las mujeres que salen de casa pensando que se las van a coger. Es decir, se veían impecablemente seguras de si mismas y sexis. Se movían de manera elegante, aunque discreta, como lo hace la mujer que está acostumbrada al poder, a la riqueza o la belleza. Quizá fue esa proyección de mi mismo lo que llamó la atención de ella, la mantis religiosa sobre mi persona. Yo vestía un pantalón negro de sastre, una camisa italiana color blanco y un saco que me caía perfecto de los hombros a la cadera. Mi cara estaba afeitada en las áreas que no ocupaban mi barba de candado y ésta, estaba bien cuidada y recortada, con algunas de mis canas asomando en el bigote y la barbilla, como recordatorio al mundo de mis andares por la vida. Soy de esos hombres que buscan la mirada de una mujer sin miedo, pero sin insistencia, que sabe mirar de reojo y esperar el momento para mover la vista en el segundo preciso para cruzarla con la presa sin que se preste a la percepción de estarla buscando. Así sucedió con aquel primer cruce de espadas, yo la esperaba sin verla frente, aunque nada me había preparado hasta entonces para ese vistazo al abismo de su mirada. Duró segundos, le sonreí con el brillo fulgurante del coqueteo en mis ojos y ella me respondió desviando indiferente el rostro, como diciendo —No te he visto y si lo hice no estoy ni remotamente interesada en ti, mírame si quieres, pero ya tengo un acompañante y no eres tú— solo para volver de nuevo la vista hacia mí al cabo de unos instantes, cuando el tiempo transcurrido podía juzgarse de prudente y que apuesta de por medio, yo debería estar mirando hacia otro lado, para su sorpresa y la de sus demonios del sexo, efectivamente no la miraba directamente, pero estaba al pendiente en la periferia de los movimientos de su cara y la atrapé mirándome descarada y lascivamente. Esta vez me sostuvo la mirada, nos enfrentamos en un reto visual en el que bajaría la mirada el primero que sintiera miedo de que se le escapara el alma por los ojos. Terminamos en empate, un mesero se atravesó para informarles que esa sería la última ronda de bebidas, pues estaban por cerrar.

Con una señal de mano pedí la cuenta a lo lejos al mesero, mientras la traían me levanté para ir al cuarto de caballeros. Habían pasado unos minutos y yo estaba a punto de tomar la puerta para salir del baño, cuando ésta se abrió desde afuera, la dama de rojo no entró por completo, pero me tomó del cuello de la camisa, creí que me besaría o quizá mordería mi cuello, sentí su aliento cálido y con un vaho ligero de alcohol pegando chocando contra mi rostro y su perfume fino colándose hasta el fondo de mi cerebro. La adrenalina se disparó por todo mi cuerpo y cuando sus labios rozaban apenas mi oreja, me susurró misteriosamente: “KM 13, en 20 minutos” y me soltó  la camisa sin esperar respuesta, ni voltear a verme, dejándome desconcertado y  con una erección que me reventaba el pantalón.

Cuando llegué a la mesa me di cuenta que el grupo completo de la mesa de la dama de rojo se había marchado, pagué rápidamente la cuenta y salí al aire tibio de ese verano con un cigarro encendido en una mano y en la otra las llaves que me llevarían a un extraño punto en el mapa.
Manejé sin problemas, la carretera estaba desierta, a esa hora eran pocas las llantas de automóviles que rodaban por el asfalto. En mi cabeza el humo del cigarro se mezclaba con los intentos por encontrarle sentido a aquello. A cien metros, pasando la curva del último tramo del KM 12 vi una extraña formación de autos estacionados en el acotamiento de la carretera. El corazón me dio un brinco en el pecho, pero la necesidad de dilucidar el misterio y también la mezcla de excitación y miedo me llevaron a estacionarme detrás del último coche. Por instinto apagué las luces y me quedé sentado detrás del volante esperando.

Desde mi  privilegiado lugar pude observar dos manos de mujer pegadas al vidrio trasero del coche enfrente de mí y una cabellera castaña alborotada que subía y bajaba a ritmo lento y con placentera cadencia. Sentí entre mis piernas el latigazo del placer voyerista y abrí la ventanilla para escuchar todo lo que fuera posible.  Así como la nariz puede detectar ciertos olores, hay sonidos para los que el oído está especialmente entrenado para captar. Unos gemidos de mujer viajaron por el aire para entrar por mi ventana como si yo estuviera en el otro auto, ella jadeaba excitada y pedía que se lo dieran más duro, que no parara de penetrarla de esa manera. Los gruñidos de una voz masculina se mezclaban con sus gemidos, un hombre estaba sentado por debajo de ella y era el responsable de impulsarla hacia arriba y jalarla por las  caderas hacia abajo, hacia su estaca empapada y despiadada.
Estaba por prender un cigarrillo, más por evitar la tentación de poner las manos en un lugar distinto del volante que por ganas de fumar, cuando al raspar el encendedor para abrir fuego contra el tabaco, alcancé a percibir otros gemidos de mujer más lejanos. De alguno de los autos de más adelante en la línea, otra pareja o trío estaba cogiendo salvaje amparados por la noche. Los sonidos eran inconfundibles y el miedo había cedido por completo su lugar a una intensa excitación. Sentado con mi cigarrillo entre los dedos, me debatía entre seguir siendo espectador o apercibirme en alguno de los automóviles. Pero intuí un código secreto en todo aquello, no había sido invitado para unirme a ellos, sino para ser testigo, no podía ni debía abandonar mi lugar. Me quedé inmóvil escuchando los gemidos, dando chupadas al humo cuando por dentro habría querido estar chupando piel de mujer, si era caliente y húmeda, mucho mejor.

Mi mano derecha soltó el volante, con el pretexto de descansar se posó sobre la palanca de velocidades y en algún momento, cuando  me auxilió a prender otro cigarrillo, terminó reposando por debajo de mi cintura, sobre el bulto que palpitaba con vida propia bajo mi pantalón negro. Con la palma completa mi mano se restregaba contra mi carne por encima de la tela, como quien intenta en vano calmar a un perro salvaje. La puerta del carro al final de la caravana se abrió y de ella salió caminando mortalmente sensual la dama de rojo. Cruzó por enfrente de la defensa delantera de mi coche y se coló por la puerta del copiloto hasta quedar a mi lado. En silencio quitó mi mano derecha de donde estaba, abrió el cierre de mi pantalón y relevó mi mano de su labor con sus labios. Cerré los ojos y me dejé llevar por la intensa y ardiente sensación de estar dentro de una  boca de mujer. Su roce era intenso, pero exacto, calmaba mi necesidad de placer sin prisa y sin forzarme ni por un segundo al punto sin retorno. Su agenda era meticulosa, al cabo de unos instantes, sentí una de sus piernas subiendo por encima de mis muslos y supe de inmediato lo que pasaría a continuación. No hubo tiempo para pensarlo, ni aunque lo hubiera habido habría rechazado lo que venía a continuación. Mi carne inflamada sintió la suavidad de su piel entreabierta y mojada, abrí los ojos en el momento que su boca se prendió a la mía en un beso salvaje con mi propio sabor entre sus labios y el sabor a su saliva con un toque de alcohol. Su lengua penetró mi boca, y mi carne se hundió sin remedio entre la suya.

Lo que siguió a continuación solo mi coche pudo ser testigo, si pudiera hablar les diría cómo su carrocería se movía candentemente de un lado a otro, como la dama de rojo revolvía su cadera sobre mis muslos y se tallaba contra mi bajo vientre, como me chupaba y me absorbía el deseo con sus entrañas de mantis religiosa. Clavó sus uñas en mis hombros y en la espalda, yo le mordí el cuello y por debajo del vestido le encajé las uñas en las nalgas. Fue toma y daca posesivo, orquestado y administrado por mi anfitriona, yo hice mi aportación, pero la mayor parte estuvo a cargo de ella.
Cuando terminamos, besó la base de mi cuello y lo lamió hasta llegar a mi oído, volvió a susurrarme al oído: “KM 23, próxima semana” y se bajó de mi coche para dirigirse a donde se había bajado poco antes de aparecer ante mis ojos. En instantes, como si nos hubieran estado esperando y observando, todos los autos encendieron y tomaron camino.

Desde entonces y cada semana, el punto para la cita va cambiando de lugar. A veces es en plena ciudad, otras veces es a la orilla del mar. Unas veces me toca estar con la dama de rojo y otras veces es otra completa desconocida.



Árbol que da sombrilla

El hombre que duerme a mi lado

El hombre que duerme a mi lado, 
no puede cerrar los ojos 
si no siente mis manos.

El hombre que me despierta, 
lo hace quedito al viento,
con una suave caricia 
a la altura de mi mejilla.

El hombre que sueña conmigo 
no puede ir a dormirse 
sin platicarme su día.

El hombre que toma mis manos, 
no puede cerrar los ojos,
sin memorizar todos los rasgos 
que le contemplan con mi rostro.

Al hombre que duerme a mi lado, 
jamás le doy la espald
para que no sienta en el pecho 
que yo le he traicionado.

y sin embargo si él pidiera, 
acariciar mi silueta
dejaría todo pudor 
junto a mi cuerpo despierto.


El hombre que duerme a mi lado, 
cuando me mira de frente,
no puede evitar el rasgo 
de sonreírme plenamente.

No puede evitar el hecho, 
de frotar suave mis pechos 
mientras lo enciende mi espalda
mientras me abraza en la cama.


Silvia Carbonell L.








Lo irremediable


Quisiera no vivir a tiempo,
para que tú pudieras llegar tarde;
romper mi reloj y disfrutar de la arena.
Mostrarle la lengua al que está en el espejo.

Quisiera no vivir a tiempo,
tanto quisiera.
No despertar, quisiera.
No dormir, quisiera.
Escribir, por escribir te quiero.
Quisiera nacer viejo,
para morir joven;
para crecer tranquilo,
para morir inocente…
¡Tiempo detente!
mírame a los ojos,
quédate de frente.
Ya no eres tan prudente
cuando decides pasar de lejos,
tampoco eres importante,
sigues siendo indecente
dando malos consejos.
Quisiera no olvidar,
para no estar recordando.
Quisiera no esperar,
para no seguir desesperando.



¡Es tu culpa tiempo!

Y yo así te lo reclamo.

Hasta nuestro encuentro.

Esa curvatura que tiene tu cuello, las líneas definidas de tus hombros, esa cuna que hay en tus clavículas, en este momento están siendo recorrida por mis labios.

Imagino el movimiento de tu cabeza dejándome recorrerte, dejándome ultrajar alguno de tus besos.

Tu respiración, escucho tu respiración en mi cabeza.

Las puntas de mis dedos acarician tus brazos, llegando al monte más alto de tus hombros y desato los listones de tu ropa.

Tus pechos al descubierto. Mis manos en ellos.

Tus manos toman mi rostro, tu boca me busca desesperada, tus labios se adueñan de los míos y mis manos, ahora también son tuyas.

Me confieso desesperada a hacerte el amor. Siempre que te veo deseo hacerte el amor, pero eso no es novedad, tú ya lo sabes.

Tus labios rojos.

Tu piel color de luna.

Tus manos ansiosas.

Tu boca coqueta.

Tu cuello, siempre dispuesto,

Lado derecho o izquierdo, según tú me sientas.

A veces imagino que hueles a mar, a sal.

A veces te imagino con el olor del eucalipto.

A veces, sólo te imagino desnuda.

Pero casi siempre, eres un sueño.

Algún día, mujer,  tendré la suerte de tenerte entre mis manos. Pero no te preocupes, no haré nada, quizá, sólo si tengo suerte, cumpliré algunos sueños.

Porque hasta el momento no has sido más que un momento, una fantasía hecha a la medida, una pantalla cuadrada y fría que a veces tiene movimiento.


He escrito tantas veces de ti… Pero esta es la primera vez que me leerás. La primera de muchas, espero, hasta nuestro encuentro.

@LaCkatrina

Tengo parís en los ojos

Tengo parís en los ojos y tu patria aquí en la boca.
tengo una piel que renace si son tus manos las que tocan.
Siento el color de tus besos sonrojando mis mejillas
cierro los ojos al tiempo mientras tus ojos me miran.

Tengo la dulzura en el viento, susurrándome al oído
tu voz suplicando discreta, que mis hombros le han prendido.
Siento que vuelo despacio y puedo tocar el cielo,
siento tu pecho en la espalda que va quemándose por dentro.

Tengo el cielo en los labios y tu infierno en todo el cuerpo.
Tengo en el aire tus versos y tus manos hacen el resto.
Tengo el sol en la calma y en las noches cerca tu pecho
Despierto en medio de la nada, me hace falta tu regreso.

Cargo la noche en los brazos mientras te extraño despierta,
miro vacía mi cama donde tu almohada te espera.
Tengo lujuria en la carne y tu ausencia por dentro.
Tengo lloviendo el alma y mi corazón muriendo.

Tengo mis manos vacías, se han quedado sin tu vuelo.
tengo los sueños rotos llorando mientras me duermo.


Silvia Carbonell L.



Esta es la historia de un café dibujando sus colores

¿Podemos pintar la tarde de café? -Lo traje conmigo.-
Esta es la historia de un café dibujando una charla conmigo.

¿Podemos solo por un momento
llovernos por dentro 
para evitar derramar más lágrimas del cielo?

¿Podemos cambiarle los colores a la tarde 
solo por este día 
para que ilumine las ventanas que le miran?


- Podemos y debemos, poner color a las palabras 
cuando amanecen secas y muy frías.

- Llovamos solo por dentro 
para evitar por un momento 
aplastar algunas nubes heridas.

- Pintemos de versos 
todo el cielo convexo 
para que no se marchen los poemas.

- Vistamos las alas de fonemas 
para que todo sonido 
sea interpretado por el viento.

No quiero leer grafemas 
que no dejen lugar a dudas 
la crueldad de un sentimiento.

- Podemos vestir tristezas 
de los colores más sutiles. 
Debemos iluminar sus pasos 
para que no los destiña la tarde 
con sus grises infantiles.

Podemos pintar palabras 
para vestir un sentimiento, 
pero no tenemos derecho 
a esconderlas por despecho.

Debemos cambiar la forma 
de abrazar una lectura, 
porque las palabras ignoran 
cual mano empuña la pluma.

Pintar te hace distinto 
a un verdugo de la tinta,
que mientras juega con la pluma
sus frustraciones desquita.

Perdona desde el cimiento 
la ignorancia de los hechos,
que mano que no se apiada, 
no conoce sentimientos.

Las alas no dan colores
aunque ostentes volar alto,
el color lo pinta el ave
que vuela de alma desnuda.


Silvia Carbonell L.

























A ti.



No recuerdo cuando fue la última vez que te escribí, tampoco recuerdo porque fue;
Amor, cariño, odio, decepción, quien sabe,
sólo sé que siempre encontraba motivos para hacerlo,
Es por eso que hoy me siento vacía, simplemente escribiré a un recuerdo,
Escribiré por un pasado que sigue aferrado a mis manos.
Hoy mis letras no son para ti o para mi,
son para ese nosotros que se perdió entre fotografías y cartas escondidas bajo un colchón;
¿Feliz? ¿Triste? No lo sé, simplemente es el vacío que me motiva a escribir
Es el silencio que pedía a gritos desahogarse, y aquí estoy,
Pidiéndole un minuto a la vida, un minuto para liberar presos del pasado,recuerdos les llaman.
Evoco esos sentimientos que en aquel entonces tenía,
Esos que me llevaron a mil aventuras cometiendo mil locuras,
Esos que silenciaban mi conciencia susurrando letanías que sólo nuestros cuerpos entendían.
¿Desaparecieron? Lo dudo mucho, simplemente ya no son presente,
Son pasado, son recuerdos, son sonrisas que se me escapan,
Son suspiros que me delatan, son los gritos de mi silencio.
Camille

EL BONSÁI



¿Que es el tiempo?, para algunos es un reloj sujeto a la mano, para otros es un calendario colgado a la pared de una oficina.
¿Qué es el tiempo?, el tiempo es esperar, el tiempo es un viejo con barba, el tiempo es una bomba.


¿Qué es el tiempo para mí?, el tiempo es un bonsái……….algo muy grande encerrado en un cuerpo pequeño, eso mismo, un bonsái, un árbol enano…….enjaulado en una maceta, enmarcado en un escenario chico, pero demostrando la misma belleza de cualquier otro árbol inmenso del campo…..eso es el tiempo para mí……el tiempo para mí junto a ti.


Tiempo que nos unió, pero que también nos separo, tiempo al tiempo dicen, pero nosotros sólo tenemos unas cuantas horas, si es que no se acorta antes por algo imprevisto…..antes de que pasemos a otro tema, de los miles que hay en el almacén de nuestras ideas…… amor, café, poesía, música, cultura,  sociedad, más amor, otro sorbo de café, responsabilidad, familia, vida, dale un beso al vaso que se te enfría, reuniones, amigos, amores, desencantos, decepciones, fantasías, locuras, metas, lugares, viajes, problemas, soluciones, muerte, vejez, pasado, futuro, libertad, reproches, arrepentimientos, lagrimas, muchas risas.

Todo en una maceta, en una misma mesa, un árbol enano ¿no?, unos minutos, con esfuerzo apartados de la agenda elaborada sistemáticamente……

Te miro a los ojos, y me miras a los ojos, nos escuchamos, estamos felices, los nudos en la espalda desaparecen, transformamos el mundo, le damos vuelta, lo ponemos de cabeza y después lo arreglamos, ¿será que nos gusta complicarnos la vida?, puede ser…..pero es que resulta muy hermoso hacerlo juntos que ni se siente………..

¿Qué es un bonsái?, somos tú y yo……y el tiempo nos podó las ramas, nos dejó enanos, nos encerró, pero también nos enseñó otro tipo de belleza, esa pequeña que no te deja salir de la maceta, esa que está llena de detalles, pero que de detalle en detalle se vuelve grande.

¿Qué es el tiempo?, es un amigo caprichoso, es un enemigo al acecho, es el futuro, el pasado, y el hoy.
El tiempo es mi historia, nuestra historia, esa que fuimos tejiendo de a poco, esa que nadie nos va quitar, esa que no ha terminado, pero que se interrumpe y retoma su curso el día que nos encontramos, que grita y que se calla, que empuja y se queda, que huye y que persigue, que se esconde y que busca, que va y viene.


El tiempo seguramente sea muchas más cosas, pero al final algo es seguro, el tiempo junto a ti es una sola.


Es un bonsái………….

Jonathan Sánchez

La tercera guerra mundial en mi cabeza


Entre una mezcla de incertidumbre y esperanzas inertes
me encuentro aprehendida, víctima de mi propia inestabilidad
Secuencias de eventos sorpresivos, complots fallidos
escucho el sol estrellarse ante cada deseo fugaz
Las explosiones se expanden e incrementan la frustración
no es un mes, es el tiempo que pasa y yo que no quiero esperar
No encuentro y busco repisas para encontrarte
ni estantes, ni polvo o  estelas, ni aromas ni punto final
Es la tercera guerra mundial en mi cabeza
son las ideas que no me dejan dormir y mis parpados pesan
Ideas refugiadas en muros perimetrales, caóticas
el silencio de alarmas en la noche de ataque y oquedad.


Por Gabriela Pérez

Tocata y Fuga



Tocata y Fuga.

Entre sus piernas se ahogó Sebastian Bach. 

Diego Santiago Gutiérrez Barrera.

Vértice



En ocasiones el silencio sueña que me abraza.
Un ardor estroboscópico que implosiona hacia algún color.
Hoy está espiándome desde aquella esquina.
Ahí, siempre en ese vértice.
Ambos fingimos que el otro no lo sabe.

LUIS A. RAMIREZ CONTRERAS
@larcq