martes, 5 de noviembre de 2013

Olor a sangre en la habitación

OLOR A SANGRE EN LA HABITACIÓN


Cerró los ojos y los abrió, cerró los ojos y los abrió, cerró los ojos y todo empezó; lo que había vivido era un ensayo, su imaginación. Abrió los ojos y todo era de otro color, de otro olor, de otro sabor, otra tradición. Lo desconocido se hacía conocido, la fantasía se hacía realidad, los ecos regresaban a su lugar y las risas empezaron a sonar.

Todo llevaba nuevo color, color a rosas de tradición olor a sangre en la habitación, respiros cerca de su mentón. Ventanas negras, negro color, color a noche con su panteón. Aullidos cerca de su paisaje, aullidos muertos de un cadáver.

El olor era parecido a algo anterior, pero era una nueva sensación. Olor a tierra mojada pero marrón, repleta de sangre por montón. Lo más curioso era la sensación, hacía frío en ese lugar, con un foco inmenso redondo brillante, la casa estaba sin techo y espeluznante.

Crujía el piso al caminar y sin embargo en ese lugar, el joven hombre paralizado estaba. Y sus temblores no dejan mentir, que una sombra que no es la suya se encontraba ahí. En sus adentros se repetía: "No es una sombra, es cosa mía, todo difunto jamás se mueve, bajo la tierra que lo sostiene."

El viento rompe todo silencio, el frío intenso se viene dentro, y mientras sus rostro desesperado busca una puerta, no le responden las piernas mientras se acerca, aquella sombra fría y obscura que le sofoca hasta la locura.

Su mente quería deshacerse de ella, pero su alma no lo dejaba más que pensar en esa, en esa sombra que era ajena, que lo seducía con su silueta. Sus piernas temblorosas subieron las escaleras, llegó de nuevo a la roja habitación, y ese olor a tierra mojada lo provocó, un olor a celo con sangre lo conquistó.

Entre las ganas y su temor, todo su rostro se deshacía, entre la lucha que se libraba, no había en su mente peor batalla.

Entre su miedo por escapar, ahogó su grito de soledad, y aunque ya nadie lo escuchaba, solo la sombra le susurraba, era su miedo y la pasión que despertaba en la habitación, olor a sangre con ropa vieja y una sábana con cadenas.

Los aullidos eran más fuertes, era su lucha y su excitación, llegó el clímax y el hombre al orgasmo llegó. Todo era silencio después de ese último aullido, sólo estaban presentes el viento y el frío. Cerró los ojos y los abrió, cerró los ojos y los abrió, cerró los ojos y las puertas se abrieron de par en par.

La muerte misma en ese lugar, venía por el joven desaliñado, en su lujuria quedó atrapado, por una parca que lo esperaba, después de amar a la condenada. Un alma en pena él se folló en aquella obscura habitación, un alma negra con gran violencia, que descarnaba al que lo tocaba. En su desdicha no se fijó, qué sentencia de muerte él le formó, porque a la hora de fornicar, la muerte misma tomó lugar.

Ya no hacía frío, ni calor, ya no sentía ese dolor o excitación, sólo arrepentimiento sentía por acostarse con la muerte, que rápidamente acabó con su suerte. El único consuelo que encontró es que se encontró con viejos conocidos.

Pobre ignorante murió de frío, en su premura del acostón, olvidó lamentos en la habitación, así escuchándose cada noche, esos gemidos de escalofrío y de dolor.






Por Silvia Carbonell y Pepe Aguilar Alcántara
@ShivisC y @PepeAA


La danza de la muerte

Hay lugares donde no amanece.
Porque la muerte es reina de la noche.
¡Y es tiempo de bailar, bailar, bailar!
Deja que la danza de la muerte te abrace y te acaricie.
Déjate girar en espiral infinito hasta el centro de la tierra.
Deja que la muerte te bese en las manos y la frente.
Llévatela a la vida. Deja que te monte y que te mate.
Sube a la espiral sin fin que te lleva y te ata.
Sube a la nube y deja que te coma y te digiera. Déjate ser lluvia.
Vuélvete el charco de las penas sin lágrimas ni sueños.
Humedece la semilla seca. Da vida.
Vuelve al hambre de la tierra. Se muerte.


Verde húmedo


De tu agonía no se regresa vivo



Bajo tu cielo y encima de tu infierno aprendí a morir. Me enseñaste que la vida se lleva en las yemas de los dedos y al filo de los dientes.

Aprendí que de nada sirve una vida sin esos instantes de agonía en los que se está al borde del precipicio en los labios de quien se ama. Que las sonrisas de amor si son robadas son mejores y que los momentos de ausencia si tienen un nombre propio también están bautizados con la esperanza de un regreso.

Me enseñaste que la vida se disfruta lento, al compás de un oleaje en una playa y al ritmo de tus manos. Que el amor se susurra al oído para que entre despacito acariciando el alma. Descubrí que hasta los latidos cambian su ritmo si brotan al ritmo del amor, que los míos sonaban mejor cuando estabas conmigo y que ahora pasan hambre de ilusiones al recordarte.

Los amaneceres pesan en los ojos nublado las sonrisas. Me faltas en la piel, en la sangre palpitando en las mejillas, en los minutos y a cada segundo.

Aquí las noches no son eternas, la piedad del sueño vence a la inclemencia del insomnio y aunque mis ojos estén cerrados, mi mente sigue enredada en tus brazos, y mi piel se adhiere al aliento invisible de tu recuerdo. Ya no estás, pero cada noche te siento acomodarte al lado mío y descanso en el consuelo de la fantasía.

Que manera tan lenta de morir agonizando en la hiel de tu ausencia. Y es que amor, tú solamente me enseñaste a morir de una manera, delirando tu nombre a gemidos, inundando la piel de impaciente deseo.

Quiero volver a sentir tu fuego centellando en mis venas, con todo mi cuerpo a la espera de la simple posibilidad de tus dientes entrando en mi piel, que mi boca se pliegue a tus deseos perversos y tu espalda se distienda una vez más en glorioso éxtasis.


Ana y Renko


Para verle volver.


Para verle volver.
Se fue.
Se fue y no hay qué para detenerlo.
Se está yendo poco a poco, ensimismado con la brisa, con el velo de la ira, con el cansancio entre las manos. Se me está escapando de los ojos, de los labios, de la vida. Y por más que quiero atarlo a mi cintura con un fuerte rizo plano, me quedo para verlo marchar.
Le despejo el camino. Intercambio de lugar. Y ahora que soy piedra en vez de zapato, le he pedido a la vida que me arroje muy fuerte al mar y me vea rebotar.
Me quedo aquí para verlo volar.
Y desearía que, también, para verle volver.

Caída de Otoño

Del otro lado






Esa tarde de lluvia ella caminaba sola y sin prisa por callejones obscuros, sin rumbo fijo; veía a la gente caminar de prisa bajo sus paraguas. Ella, tan cándida y transparente dejaba ver todos sus sentimientos aunque nadie los notaba. Caminando, como quien supiera por donde, ella buscaba su reflejo.

Veía a la gente pasar, nadie reparaba en ella. Buscaba en las miradas, todas eran ajenas y absortas. Miró a la acera de enfrente, algo llamó su atención. Fue otra figura, muy parecida a ella. Un joven de aspecto taciturno, elegante, melancólico, pero con una sonrisa bien marcada. Fue en esos ojos donde encontró su reflejo. Esa sonrisa le era familiar pero no lograba ubicar a ese hombre que la miraba. No recordaba nada.

El hombre, al otro lado del camino, hacia ella caminaba. Levantó la vista, la miró de frente un tanto indiferente al mundo y esbozó una sonrisa. Al parecer, ese extraño la conocía. Se miraron lo que pareció toda una vida. Él la tomó de la mano y al instante un golpe de recuerdos que parecieron un sueño de otro tiempo la invadió.

La gente seguía pasando. Ellos suspendidos en un momento, bajo la sombra de un árbol, mientras todos huían de la lluvia, solos se quedaban. Todo a su alrededor desaparecía. Eran él y ella tomados de las manos. Recordando lo que fueron, reconociendo lo que siempre serán.

El tiempo detenido es ahora testigo de dos que se hacen uno escondidos bajo la lluvia, diciéndose todo y nada en la eternidad. Sonríen recordando que los últimos en irse siempre han sido los fantasmas.



Ana        y         Lex
@SerenaTempestad           @Lex_J_Dean

Para mi pedazo de cielo.



Llegaste justo en el momento en el que no esperaba nada, ni a ti, ni a nadie, ni nada en especial, llegaste justo cuando decidí dejar las piedras rodar por mi camino y llegaste siendo el río que atraviesa mi bosque, siendo la sonrisa que no esperaba volver a portar.
Y precisamente fue tu sonrisa una de las cosas que hizo nacer una nueva sonrisa en mi rostro, esa sonrisa que no nace nada más desde la boca, sino que hace sonreír los ojos, las manos, las ansias, las ganas de ser la portadora de tus caricias.
Fueron tus labios ese espacio exacto para los míos, tu cintura que parece que fue hecha a mi medida, tu estatura que es igual a la mía, el sonido de tu carcajada que hace que la luna brille más bonito y que parezca que junto contigo y conmigo el sol también sonríe y nos acaricia.
A ti y a las personas que me pudieran llegar a leer, quiero contarles que desde tu llegada mi amor por la vida se sintió de nuevo, que la cama ya no se siente vacía y que no importa que el tiempo deje de correr, sí, no importa que el tiempo corra porque eso significa que cada hora, cada día, cada semana o cada mes que pasa, son momentos nuevos para estar a tu lado.
Que te agradezco que me hayas elegido como la piedra que decidiste levantar en tu camino para caminar con ella, que te prometo que todas las sonrisas entregadas serán correspondidas y cada te quiero o cada te amo será respondido y los sueños compartidos.
Pero sobre todo y, como tú dijiste, que estemos compartiendo los días que tengamos que vivir, no los suficientes, porque ser suficiente es conformarse simplemente con lo que hay y yo no quiero darte nada más lo que tengo, quiero crecer como persona, como profesional, como amiga, compañera y confidente; porque quiero ser alguien mejor para ti, que sea digno de compartir un pedacito de eternidad contigo.
Gracias, corazón mío, mi pedazo de cielo, gracias por dejarme ser una nube más en tu mirada, una nube de esas que siempre ves y que no te hace llorar.
Te quiero.
Helena.